The bucket list

2015/01/img_0290.jpg Marcos 1, 14-20
Después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia». Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.

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Una película que me gustó mucho fue «The bucket list», que significa «la lista de deseos», aunque aquí la llamaron «Antes de partir» o «Ahora o nunca». Los actores principales son Jack Nicholson y Morgan Freeman. Y lo traigo a colación por lo que uno le cuenta al otro, al mismo tiempo que le pregunta: Carter, le dice a Edward: “Dicen que los egipcios tenían una creencia acerca de la muerte. Cuando sus almas llegaban al cielo, los dioses les hacían dos preguntas. Según sus respuestas, les permitían entrar, o no. Les preguntaban: ¿Tuviste una vida plena y feliz? ¿Has brindado alegría a los demás?”

Ciertamente son dos preguntas que, si las pensamos un momento, nos hacen reflexionar acerca de cómo estamos viviendo. Y por supuesto que no somos egipcios y que creemos en Dios y la vida eterna por él prometida. Tal vez eso fue lo que los primeros seguidores de Cristo descubrieron: La posibilidad de ganarse la Vida Eterna, aunque tengo mis dudas. Tiene que haber sido algo más lo que les convenció a aceptar la invitación que Jesús le hace a cada uno. Creo que fue algo mucho más vital.

Tenemos a Cristo que, salvando las distancias, tiene un mensaje, una invitación, parecida a la de Juan el Bautista: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia». En principio, parecía más de lo mismo, sin embargo aquellos pescadores deciden dejarlo todo y seguir al Nazareno. ¿Qué vieron de distinto? ¿Acaso Juan no pedía que se arrepientan de sus pecados y se conviertan? ¿Acaso los curas, un poco más un poco menos, no estamos diciendo siempre que hay que pedir perdón por los pecados y volver a Dios? Sin embargo, los del tiempo mesiánico, como muchas personas ahora, escuchan esta «advertencia» y siguen haciendo su vida. No porque Dios no les importe, sino tal vez porque no se ha llegado a comprender qué significa realmente seguir a Jesús, y eso, a lo mejor, nos puede estar pasando a nosotros.

Por supuesto que también existen, como fueron aquellos discípulos, muchos que hoy decimos que son santos aunque no estén en un altar y que entendieron de un modo diferente la invitación. Ellos viven de otra manera, de un modo que llega a ser hasta envidiable. Son capaces incluso de dar la vida por otros, aunque sin dejar de ser realmente humanos con virtudes y limitaciones, pero que sin embargo tienen un plus. ¿Qué ven de diferente en Jesús? ¿Cómo lo entendemos y lo vemos nosotros? ¿Qué diferencia hay?

Tal vez, la respuesta está en el mensaje que hoy tenemos. Y lo primero que dice Jesús es que el Reino de Dios está cerca. Y lo que podemos afirmar es que, en palabras del mismo Jesús, con él ha llegado el Reino (Lc 11, 20), la salvación. Hay un cambio de paradigma, el cual hay que reconocer de un modo personal. No vale que nos lo cuenten. Esa presencia de Dios, el Reino, hay que experimentarlo, y no se hace hasta que decidimos ser partícipes de él. Y, por favor, no nos quedemos con la idea de que eso sucederá cuando nos muramos, porque no estamos hablando del más allá. No, el Reino de Dios comienza en el más acá.

Lo segundo es convertirse. Y en este punto me voy a despegar un poco de la concepción más clásica o popular. Según algunas lecturas y reflexiones de este verano, me atrevo a decir que la conversión no significa exactamente un salir de estado de pecado y de maldad, para pasar a estar, definitivamente, en un estado de bondad y de no-pecado, empapado de pura penitencia y días de ayuno. La conversión, la metanoia (del griego, metanoien), es un cambio de rumbo, un querer llegar a otro lugar, en este caso a estar con Dios. Y eso no supone que podemos dar un corte perfecto con nuestra naturaleza y forma de ser. Lo que somos, completos, nos lo llevamos en ese nuevo camino que se decide emprender. Tal vez esa sea la conversión, el seguimiento nuevo, que hacen los que son invitados por Cristo. Y a medida que se acercan a la meta, al maestro, a Dios, van dejando atrás el camino anterior, la forma de obrar, de caminar, lo que eran antes del cambio. Lo mismo puede pasarnos a nosotros. A medida que nos acerquemos más a Jesús, más lejos quedará aquello que no nos deja vivir en el Reino.

Con esta forma de estar, con esta metanoia, entonces sí es posible, para nosotros también, el decidirnos a hacer el camino, la vida con Jesús. De ese modo empezaremos a creer en la Buena Noticia, es decir, a confiar en el modo de vivir propuesto por Dios. Estaremos convencidos de que «servir a» es mejor que «servirse de», que «dar sin esperar nada a cambio nos hace más libres», que «decir la verdad no nos aprisiona como la mentira», que «amar te hace eterno y que el odio te destruye», que «el perdón devuelve la paz y que el rencor te deja sin Dios, es decir, sin paz ni amor».

Antes recordé aquella película y lo que cuenta acerca de la creencia de los egipcios y sus dos preguntas: ¿Tuviste una vida plena y feliz? ¿Has brindado alegría a los demás? Y las respuestas, teniendo en cuenta el Evangelio de hoy, es que los discípulos vieron en Jesús la posibilidad de vivir una vida plena y feliz, en el amor. Vieron que no sólo se refería a una serie de cumplimientos de tipo religioso-legal. Descubrieron que no se trataba de unos ritos y unas prohibiciones y actos permitidos para ganarse la venia de Dios, sino que entendieron que se podía vivir de una manera nueva, auténtica, que daba un sentido renovado a la existencia. No eran eruditos, pero entendieron que Dios es para todos y no sólo para unos ilustrados y supuestos dueños de la verdad divina.

¿Y nosotros qué? ¿Acaso seguimos en el esquema de creer que son determinados ritos y formas, con la aprobación de los más entendidos de la Iglesia, los que nos van a dar a Dios? ¿Realmente nuestra vida goza de auténtica felicidad, es decir, de plena comunión con Dios y lo que él significa (amor, paz, bondad, generosidad, servicio, solidaridad, entrega)? ¿Hay cosas, lugares, costumbres (las redes y la forma de vivir de aquellos primeros seguidores de Jesús) que debemos dejar para emprender el nuevo camino? ¿Estamos dando alegría, paz, felicidad, amor verdadero a los demás?

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