Realismo

Seguir tus pasosJuan 1, 35-42
Estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Éste es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren? » Ellos le respondieron: «Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives? » «Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro.

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Cuando hablamos de Realismo, es fácil intuir a qué nos estamos refiriendo. Y para darle un marco y una definición, podemos decir que, referido al arte, el Realismo se presenta como una ruptura con el Romanticismo. En pintura se pasa de escenas grandilocuentes a retratos más sencillos y cotidianos. Estamos hablando de la segunda mitad del siglo XIX. También en la literatura pasa algo parecido y en lo que se escribe se busca una descripción, más bien testimonial, de la realidad. Reproducir lo que se vive en la época. Aun con todo esto, y teniendo al Realismo como una corriente bien definida, me quedo con lo que Abelardo Castillo, gran escritor y dramaturgo argentino, nos dice en su libro «Ser Escritor» acerca del Realismo: «El realismo bien entendido no es una escuela, ni una corriente, ni otra cosa alguna por el estilo; es el único modo de hacer obras de ficción. Incluso, obras fantásticas».

Por supuesto que, a priori, podemos pensar que el Evangelio dista bastante de todas estas definiciones y posturas, aunque sí creo que nos encontramos con algo vital. Los discípulos de Juan dejan a su primer maestro para irse con Jesús. También vemos que hay varios que ya se han sumado a vivir con el que llaman Mesías, y es una realidad nueva que, parece, les cambia la vida.

El relato evangélico nos presenta una descripción de lo que pasó, aunque debemos aclarar que no es un texto que busque el registro histórico de los hechos, sino más bien transmitir un mensaje que se desprende de lo que cuenta. El Bautista reconoce al Cordero de Dios y los discípulos dejan a Juan y siguen a Jesús. Han encontrado lo que estaban buscando y, podríamos decir, el que bautizaba en el Jordán ya no cubría sus expectativas. Cabe destacar que aquellos hombres estaban en la búsqueda. Y creo que es lo primero que deberíamos considerar: ¿Realmente estamos buscando a Dios, a Jesús? ¿Lo hemos visto pasar y lo estamos siguiendo? Aun celebrando la Eucaristía, tal vez por cumplimiento, cuando nuestras expectativas, nuestra búsqueda, está centrada en otra cosa distinta, nada nos dirá Jesús y su propuesta. Cada uno debe responderse a sí mismo en este punto qué está esperando.

También tenemos la figura deslumbrante de Jesús. Le llaman Maestro, Cordero de Dios, y dice mucho su sola presencia. Tal vez fueron muy convincentes las palabras de Juan el Bautista, quien reconoce al Ungido, pero hay otros que también deciden seguir a Cristo, con lo cual podemos afirmar que la persona de Jesús decía mucho más que los títulos o nombres que le ponían. Esto tal vez nos pueda llevar a pensar: ¿Qué nos dice la persona de Jesús? ¿Quién es él, realmente, para cada uno de nosotros? ¿Es sólo los nombres y títulos que le ponemos o significa algo más?

Por fin llegamos a lo que creo más importante de la Palabra de Dios de este domingo. Lo mejor es la pregunta que los nuevos seguidores hacen: «Maestro, ¿dónde vives?». A lo que este responde: «Vengan y lo verán». Aquí es donde encontramos lo más sobresaliente, porque es donde encuentran respuestas todas las preguntas anteriores. Las de los discípulos y las nuestras. Esto es lo que deberíamos hacer nosotros también: Buscar conocer el lugar, que es el cómo vive Jesús, para entonces desear, querer y decidirnos a vivir con él y como él. Y, por favor, no vayamos a pensar que cuando aquellos preguntan dónde vive Cristo y son invitados a conocer, entonces fueron a ver la casa de Jesús y la habitación que les podía dar si decidían ir a vivir con él. Esto es mucho más profundo y vital. Es la forma de vivir del maestro lo que quieren conocer, sus convicciones, sus hechos, y es así que, consecuentemente, hay una invitación a experimentar aquél modo nuevo de vida.

Antes citaba a Abelardo Castillo y su definición acerca del Realismo. Y es que, según su perspectiva (la cual comparto), el Realismo es más que una corriente o forma encasillada de expresión, sino que de aquél, de la realidad, es de donde se hace posible la fantasía o la ficción. Así también es el cómo vive y cómo es vivir con Jesús. Esta realidad divina, esta forma de vivir la vida hace posible todo lo demás: Los sueños, los milagros, todo lo que parece que es imposible se vuelve realidad con la forma de ser y de vivir de Cristo. Y esto no son sólo unas categorías, un decálogo, unos mandamientos que hay que acatar, sino una forma de ser, de estar y de actuar. Abrazar esta realidad de Dios implica todo nuestro ser, no sólo un lugar donde estoy, al que concurro o pertenezco. No basta decir que somos hijos de Dios, sino que hay que vivir como tales.

Si pensamos que con haber aprendido el catecismo y los actos formales de nuestra religión, ya somos de Dios, estamos muy equivocados. Él no es sólo unas formas de culto y saber su doctrina, sino una experiencia profunda y vital, que cambia la vida. Y para llegar a ella debemos tener un corazón y una mente abierta en búsqueda, un querer saber cómo vive y aceptar la invitación que él mismo nos hace: Hay que decidirse a ir con él. Tal vez valga aquél pensamiento hindú: «Cuando el discípulo está preparado, aparece el maestro». Cuando lo busquemos de verdad, cuando deseemos de corazón estar y ser de Dios, él va a aparecer para invitarnos.

Y esta invitación es para cualquiera que busque y quiera encontrarse con Dios. No acotemos las miras, no estamos hablando de vocación religiosa o consagración especial al Señor. Esto es para todo aquél que así lo quiera.

Dios no es una simple descripción. Ser de Dios es volvernos realistas de esta realidad divina en y entre nosotros, para entonces hacer posible lo sobrenatural, la vida eterna, los milagros, la humanidad, el verdadero amor.

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