En medio

unidad(ft img)Mateo 18,15-20
Jesús dijo a sus discípulos: Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo. También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, Yo estoy presente en medio de ellos.

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“Una vez cada cien años Jesús de Nazareth se encuentra con el Jesús de los cristianos en un jardín entre las colinas del Líbano. Y conversan largamente; y siempre Jesús de Nazareth se despide del Jesús de los cristianos, diciendo: Amigo, mucho me temo que nunca lleguemos a entendernos”. Este es un cuento de Khalil Gibràn, en «Arena y Espuma». De este autor, que poco conozco, todavía, sólo diré que es libanés, escritor y poeta. Y presentar esta historia tiene un objetivo: Cuestionarnos, o cuestionar, si hallamos algo de verdad en lo que dice y si eso se corresponde con lo que el evangelio nos presenta.

En la Palabra de Dios se plantean tres puntos: La corrección (que llamamos fraterna), otra vez el atar y desatar en el cielo y Jesús en medio.

Si pienso en la historia del principio y la pongo frente a lo que Jesús propone cuando alguien ofende, o peca contra otro, se nos puede caer todo argumento, si queremos defender que los Jesús del cuento son los mismos. El de Nazaret nos dice que corrijamos, que perdonemos, en privado, con testigos y hasta comunitariamente. Tres instancias a las que difícilmente llegamos. Es que Jesús, el de Nazaret, está haciendo un planteamiento muy profundo, que tal vez hemos olvidado: La ofensa, el pecado, afecta a la comunidad. Y si cuesta pensar en «la comunidad”, porque no sabemos bien a quién se refiere, al menos lo pensemos en un círculo más pequeño, como puede ser la familia, o aquellos que, juntos, quieren encontrar a Dios.

Esta perspectiva, a mi entender, la hemos perdido. Todo queda encerrado en la ofensa a Dios que se soluciona en la privacidad del confesionario. De hecho, si dañamos a alguien, siempre nos resulta más cómodo y fácil ir a confesarse y contarle al cura lo malo que somos, antes que ponernos delante del hermano y pedirle perdón. Y claro que no se pide una confesión pública, pero visto desde esa óptica, la comunitaria, las cosas toman otro color. Ningún pecado es tan íntimo y privado que no afecte, al menos, el resto de la propia vida.

Y si queremos pensar en las ofensas personales, la actitud de corrección debe ser la del que busca la salvación, el bien del otro. Esa es la forma de corregir y de perdonar de Jesús de Nazaret, que no busca dejar bien sentada la superioridad moral personal, de quien corrige, ante quien se ha equivocado. Si se habla con alguien para advertir que hay un error, se debe hacer desde el amor, desde el buscar el bien del otro. Decía san Agustín, en su comentario a la primera carta del apóstol san Juan: Este breve mandato se te ha dado de una vez para siempre: Ama y haz lo que quieras; si te callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; ten la raíz del amor en el fondo de tu corazón: de esta raíz solamente puede salir lo que es bueno.

Con todo, me atrevo a decir que perdonar y pedir perdón, entre nosotros, casi siempre es una materia pendiente. Probablemente una de las asignaturas más difíciles de aprender de Cristo.

Para Jesús, la ofensa, el pecado, no es puramente individual y abarca siempre la comunidad. Y esto lo podemos entender si tenemos presente lo que él nos promete: “Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, Yo estoy presente en medio de ellos”. Aquí se está haciendo referencia a estar juntos, unidos, con un mismo sentir, queriendo tener a Dios. Y si alguien ofende o peca contra otro, no puede reunirse con ese con un mismo corazón, invocando a Dios. No hay un amor común, por lo tanto Dios no puede hacerse presente en medios de ellos.

El que peca, el que ha preferido otros amores en lugar del amor de Dios, es el que se está excluyendo de la comunidad, de aquellos que se reúnen para tener a Jesús en medio. Y eso es lo que Cristo no quiere. No quiere que nadie se quede fuera de su amor. Y es responsabilidad nuestra ayudar, tal vez corregir, para que ese hermano no quede excluido. Y esto, como hijos de Dios, tiene que importarnos y no podemos ser indiferentes. Aunque, lamentablemente, me parece que este punto se nos ha olvidado un poco. Cada uno que se haga responsable de lo suyo —decimos. Convirtiendo esto del cielo, la salvación, y las promesas del Reino en una una carrera individual, donde cada uno conquista el cielo como mejor puede.

La presencia real de Dios en medio se da en el ámbito de la relación interpersonal. Esto es muy importante, porque hace que yo sienta al otro como propio.

Finalmente, diría que si estamos del lado del corregido, pidamos a Dios que nos ayude para ser lo suficientemente humildes y aceptar que nos hemos equivocado. Que no nos gane el orgullo y la soberbia, para así poder enmendar y solucionar lo que nos aleja del resto, lo que nos impide llegar al amor de Dios manifiesto en la unidad que tengo con los hermanos, con la familia.

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