Vida de Dios

Vida de Dios

 

 

Ciclo B – Domingo V de Pascua

Juan 15,1-8
A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que Yo les anuncié. Permanezcan en mí, como Yo permanezco en ustedes.
Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y Yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, ti pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
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%22Dactilografía%22 de Álvaro de Campos (Fernando Pessoa)

Este es un fragmento de un poema de Álvaro de Campos, uno de los heterónimos de Fernando Pessoa, escritor portugués. El poema se titula «Dactilografía» y, a mi entender, nos puede llevar a pensar, entre otras cosas, temas como el sentido de la vida personal, si somos quienes los demás ven o qué es lo que hace que trascendamos. Incluso revisar si estamos viviendo realmente aquello que somos. Y claro que estos son reflexiones más bien personales, pero sí creo que el poema tiene un punto de conexión con el Evangelio.

Jesús, en palabras del evangelista, se autoproclama como la vid y llama al resto (podríamos ser nosotros) sus sarmientos. Asegurando que estos sólo tienen vida si están unidos a aquella. Sabiendo que la recomendación central es permanecer unidos, como sarmientos a la vid, único modo de tener verdadera vida.

En principio, permanecer en Jesús y guardar sus palabras no parece ser muy complicado, aunque en el día a día no resulte tan sencillo. Porque no es fácil, por ejemplo, permanecer en la bondad cuando alguien nos hace daño, como tampoco nos resulta natural permanecer en el amor cuando alguien nos odia. Y tampoco están cerca de ser pronunciadas las palabras de Jesús cuando alguien nos insulta. Y poder llegar a tal profundidad de vida, a tener los mismos sentimientos que Cristo, muchas veces se convierte en una empresa casi imposible. ¿Cómo se hace entonces?

Por supuesto que esto que nos pide Jesús no es algo que se logre siempre y al cien por cien, pero sí creo que debemos descubrir lo esencial, lo que hace que tendamos, cada vez más, a parecernos al Hijo de Dios. Y lo primero es dilucidar el sentido más profundo de permanecer unidos a la vid, es decir a Jesús.

Lo primero es no confundirlo con cumplir las normas o preceptos de la Iglesia. Éstas están muy bien y deben ayudarnos a encontrar a Dios, pero no son Dios. Podemos ser muy cumplidores de todo lo mandado y no estar para nada unidos a Jesús. Y es que estar unidos a él tiene que ver con lo que el mismo Cristo nos da como savia y creo no equivocarme cuando en lugar de savia digo vida o digo amor. Y la cantidad de vida de Dios que llevamos dentro de nosotros no se mide por la perfección de las mandatos cumplidos, sino por la cuota de amor que somos capaces de experimentar.

Pero para poder vivir ese amor, como dar la vida por los demás, es necesario haber experimentado, personalmente, lo que es el amor de Dios; si no, vamos a hablar de teorías que, al momento de actuar, no siempre resultan en actos de amor.

Esa experiencia de Dios se logra estando cerca de él, lo cual se puede traducir en escuchar o leer su Palabra, en reconocer la presencia del Señor en nuestras vidas, recibir su cuerpo y experimentar su perdón, pero además, creo que todo comienza por la aceptación de uno mismo a la luz de Dios, porque eso también nos ayudará a aceptar el amor del Señor y a aceptar a los demás.

Así es como iremos descubriendo, poco a poco, una nueva vida. Nuestros valores dejarán de verse limitados por lo puramente humano para empezar a trascender hacia una nueva dimensión, que es la de Dios.

Por eso traigo aquél fragmento del poema de Fernando Pessoa, que es Álvaro de Campos. Él nos habla de dos vidas, una verdadera, la otra aparente, donde según su perspectiva la segunda se la que creemos que es real. Y lo cito porque creo que con la vida naciente de la savia de la vid, pasamos a vivir una vida nueva, otra vida, que puede ser muy distinta a la que llevamos actualmente y sólo depende de querer, o no, ser alimentados por la vida de Dios. Realmente se nos puede volver real el cielo, aunque no hayamos muerto físicamente. Es a lo que tenemos que aspirar, con lo que no sólo debemos soñar, sino también intentar hacer realidad.

Cuanto más unidos estemos a Jesús, cuanto más savia recibamos, más frutos de amor seremos capaces de dar. Y no porque sea una obligación hacer obras de bien o de caridad, sino porque naturalmente nos iremos pareciendo más a Jesús y a su modo de ser y actuar.

Ser buenos, honestos, generosos, solidarios, empático, verdaderos, es posible, porque es posible vivir y ser de Dios, a tal punto de llegar a amar como él ama. Y esto nos hace partícipes de una nueva vida, tal vez muy diferente de la que llevamos hasta ahora. Pero para poder llegar a ese ideal, habrá que comenzar por conocernos a nosotros mismos, y reconocer y aceptar lo que somos, para entender lo que debemos dejar o abrazar si queremos llegar a estar unidos a la vid y dar frutos que son, finalmente, expresiones del amor de Dios.

Nosotros decidimos. Una u otra vida, la una verdadera, la otra falsa. ¿Qué elegimos?¿Unidos a la vid o lejos de ella?

Eduardo Rodriguez

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