La voz

Canta tu mejor canción a Dios

Marcos 10, 46-52
Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!» Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!»
Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo».

Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Ánimo, levántate! Él te llama». Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia El. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» Él le respondió: «Maestro, que yo pueda ver». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.
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Hay un programa de televisión llamado «La voz Argentina». Creo que todos lo conocen, pero podemos señalar que se trata de un show televisivo donde hay un jurado, compuesto de profesionales y artistas musicales, de espaldas a los participantes. Éstos cantan y los que evalúan eligen, sin saber a quién tienen detrás cantando. Escogen la voz que mejor les suena, para trabajar con ellos y convertirlos en cantantes profesionales. Y les cuento esto porque, el otro día, pensaba que lo mismo que le pasó al ciego Bartimeo, le pasa los concursantes.

Hoy tenemos a un ciego que, al enterarse de que Jesús pasaba cerca, comienza a gritar para llamar la atención de Cristo y ser curado por éste, y aunque algunos lo quieren callar, sin embargo se produce el milagro de recuperar la vista. La historia tiene un lindo final, pero hay más que eso. De todo el relato, podríamos recatar palabras como: Fe, perseverancia. grito, adueñarse, milagro, seguimiento, liberación, voz y escucha.

La palabra Fe me sirve para destacar el convencimiento que tenía el ciego, acerca de lo que Jesús podía hacer en él. No duda ni un momento. Aunque otros quieren desanimarlo y callarlo, él grita con mayor fuerza. Si no hubiera estado tan seguro de que podía ser curado, se habría desistido y los represores que le decían que cerrara la boca se habrían ganado. Y en nuestro caso, bien valdría la pena pensar qué tan convencidos estamos de que Dios pueda curarnos, liberarnos de aquello que parece imposible. Y si tenemos un problema serio y aún no resuelto, deberíamos ver qué tan alto hemos llegado a gritar para obtener de Dios lo que queremos.

Y ahora, la mirada la ponemos en los que «defienden» a Jesús, para que éste no sea molestado por un mendigo, tirado al costado del camino. Seguramente tenían buena intención y estaban convencidos de que el Maestro estaba para cosas más importantes, como librar, por fin, al pueblo elegido de la opresión en la que vivían. Felizmente no lograron su objetivo y Jesús se detiene y escucha al ciego. Pero esto me lleva a pensar que esta forma de actuar, la de los que no querían molestar a Cristo, se ha quedado pegada, un poco, en nosotros. Tal vez no nos ocupamos en impedir que alguien hable con Dios, pero tenemos que estar atentos a lo siguiente: Estemos donde estemos, arriba o abajo, es necesario que demos cabida a todas las personas, y no dejemos a nadie de lado, por muy poca cosa que nos parezca. Nadie es tan importante como para no poder detenerse a escuchar a otro. Si los que detentan poder se detuvieran y prestaran atención, escucharan, habría menos desfavorecidos. Por otro lado, no podemos claudicar en nuestros pedidos al Señor, por mucho obstáculo que encontremos.

Por otro lado tenemos el milagro que hace Jesús. No sólo libera de la ceguera, sino que también rehabilita al ciego de algo que le peas igual o más: Éste hombre deja de ser un marginado. El poder ver lo habilita para muchas cosas, como podemos imaginar, pero al mismo tiempo lo deja libre de ataduras a las que se veía sometido, como tener que mendigar para poder vivir. Ni siquiera podía entrar en el templo, como cualquiera con alguna minusvalía o enfermedad, pero a partir de ese momento pudo. Y aquí caben dos preguntas: ¿Cuáles son las cegueras que tenemos y deben ser curadas? ¿Qué nos impide entrar en el templo y acercarnos a Dios?

Una de las cosas a la que no podemos acostumbrarnos es a la ceguera fraterna. Le llamo así a la indiferencia que podemos tener hacia las necesidades que tienen los demás. Normalmente esta enfermedad es causada por el exceso de ego. No se ve más que lo propio. Y, tengamos en cuenta que, si todos padeciéramos de esta ceguera: ¿Cómo sería el mundo entonces? ¿Tendría algún parecido al nuestro y actual?

Es necesario que aprovechemos cuando Dios esté cerca para gritarle y pedirle, totalmente convencidos, que nos cure y libere. Que nos quite todo aquello que no nos deja llegar hasta él, no nos deja entrar en el templo y, tal vez, impide que nos acerquemos a la Eucaristía. Y para esto, puede ayudarnos, igual que los concursantes de La Voz Argentina, tendremos que valernos de nuestras cuerdas vocales para sacar nuestra mejor canción, nuestra mejor voz, hasta que Jesús nos elija, y se detenga a escuchar lo que precisamos de él. Y, cuando lo hagamos convencidos y Cristo actúe en consecuencia, no cabe duda de que seremos ganadores, liberados de todo aquello que nos nos deja ser de Dios. Cantemos, gritemos, que nos escuche y se detenga y cure nuestra ceguera. Entonces, como premio final, no tendremos el Grammy, pero sacaremos boleto para ver y seguir de cerca a nuestro salvador, Jesús.

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