Volver al futuro

No olvides volver al que es tu futuro…

Marcos 10, 35-45
Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». Él les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?» Ellos le dijeron: «Concédenos sentamos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús les dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé y recibir el bautismo que Yo recibiré?» «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que Yo beberé y recibirán el mismo bautismo que Yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados».
Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y , el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».
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Una de las cosas que recordé, después de leer este evangelio, fue una película de Steven Spielberg, titulada «Volver al futuro». Es muy conocida, pero igualmente podemos reseñar lo siguiente: Un profesor, inventa una máquina del tiempo, instalada en un auto. A partir de ahí se suscitan diferentes situaciones y aventuras. Pero, concretamente, llama la atención un hecho: Querer llevar, al pasado, información del futuro. Esto solucionaría muchos problemas, como es el porvenir de los protagonistas. Y, si bien el evangelio de hoy no habla de autos que viajen hasta años que aún no han llegado, sí que hay en común dos factores: Tiempo y destino.

El deseo de estar bien, ahora y en el futuro, -pensémoslo por un momento- es constante en todas las personas. Pero, sobre todo, lo que queremos es asegurar, lo mejor posible, nuestro provenir. Lo mismo le pasa a los apóstoles. Le piden a Jesús el mejor lugar junto a él. Jesús les responde que no saben lo que piden, y a continuación les pregunta si van a ser capaces de beber el cáliz que él beberá. Aquellos dos, Santiago y Juan, responden que sí, y esto Jesús no lo niega, sino que asegura que así lo harán, pero al mismo tiempo no les promete ningún puesto.

Al leer este evangelio, podemos coincidir en decir que realmente estos apóstoles no sabían lo que pedían, pero me parece que sí que sabían. Tal vez confundidamente, pero eran conscientes de lo que andaban buscando, lo mismo que los otros diez que se indignan. ¿Y por qué estos se sienten así? ¿Porque no pueden creer lo que escuchan, o porque ven que les han ganado de mano? Lo podríamos resumir en: Lo que quieren es asegurar su futuro. A su modo, según su concepción de gloria y de Reino de Dios. Es que necesitan saber qué va a ser de ellos que han seguido a Jesús.

Lo que pasa es que esta forma de actuar, me parece, está impresa en el ADN de la humanidad. Lo cual no habla de un determinismo, pero no nos equivocamos en afirmar que, en alguna medida, aquellos y nosotros también, buscamos nuestro lugarcito de privilegio. Esto, lamentablemente, se ve con claridad en los lugares de poder, como puede ser un gobierno civil y, por qué no decirlo, eclesiástico también. Hay quienes detentan un poder y otros que lo ansían, y un mejor puesto nunca es mal recibido. Lo mismo puede suceder en los ámbitos jerárquicos privados.

Para reflexionar, podríamos hacernos las siguiente preguntas: ¿Estaríamos dispuestos a transar cualquier precio con tal de asegurarnos el futuro? ¿Nos gustan los privilegios y nos interesan los mejores puestos? ¿Qué hacemos para que nos tengan en cuenta? Por supuesto que nuestros valores éticos y morales nos dicen qué se puede y qué no. El problema está en la sordera que se puede sufrir y, por consiguiente, no advertir lo que nos dicen y decidir, sin culpa, por las ofertas especiales. También es bueno decir que, con vocación de hacer y buscar el bien de todos, muchos se entregan, con esfuerzo denodado, a lograr los buenos objetivos.

Aquí es donde podemos retomar la película Volver al futuro, y el evangelio. El horizonte, hacia donde vamos, según nuestra fe, es al encuentro con Dios. Ahí es donde encontramos, en plenitud, lo que ansiamos siempre: Felicidad. Y esta está dada, especialmente, por la presencia de Dios. Vivir en el cielo supone vivir en el amor de Dios, lo cual también supone verdad, luz, alegría, gozo y eternidad. Esto es lo que no debemos perder de vista. Por eso será necesario, con o sin máquina del tiempo, volver y recordar cómo puede ser nuestro futuro, el cual se ve condicionado por las acciones del presente. Y aquí es donde, de vuelta en nuestra realidad, ponemos en acción todo lo que nos lleva a ese futuro. Bien podemos considerar la enseñanza de Jesús: No buscar los primeros puestos y hacernos servidores de todos. Estas son las claves, las acciones, que tenemos que vivir, hoy, para asegurar el futuro que realmente vale la pena y por el cual debemos arriesgarlo todo.

Es bueno que sepamos qué futuro es el que está ganando nuestras preocupaciones y esfuerzos. Es necesario que de vez en cuando volvamos al futuro, repasemos lo bueno que nos espera junto a Dios (a veces se nos olvida) y, de regreso, nos pongamos a trabajar por ese cielo que no se acaba. Servir, y así dar la vida. Ése es el modo, fácil y sin temor a equivocarse.

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