La botella

 

Jesús en el desierto 2

Marcos 1, 12-15
El Espíritu llevó a Jesús al desierto, donde fue tentado por Satanás durante cuarenta días. Vivía entre las fieras, y los ángeles le servían. Después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».
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Un hombre estaba perdido en el desierto, destinado a morir de sed. Mirando a su alrededor, a lo lejos, vio una vieja bomba de agua. Pensó en un espejismo, pero desesperado se arrastró hacia lo que veía. Llegó, tomó la manivela y comenzó a bombear, a bombear y a bombear sin parar, pero nada sucedía.

Desilusionado, cayó sobre la arena, y entonces notó que a un lado de su descubrimiento había una vieja botella. La tomó en sus temblorosas manos, la limpió de todo el polvo que la cubría, y pudo leer una inscripción que decía: “Usted necesita primero preparar la bomba. Después, por favor, tenga la gentileza de llenar nuevamente la botella antes de marchar”.

El hombre desenroscó la tapa de la botella y vio que estaba  llena de agua. De pronto, se encontró en un dilema: Si bebía el agua sobreviviría, pero si la vertía en la bomba vieja y oxidada, aquello podría ser una completa pérdida. ¿Qué garantías tenía de que aquello funcionaría? ¿Qué hacer? ¿Derramar el agua y esperar a que saliese agua fresca, o beber lo que había en la botella e ignorar el mensaje?

Finalmente decidió echar el agua en la bomba, agarrar la manivela y comenzar a bombear. Más que agua, sintió que vertía su vida.

Después, añadió a lo que estaba escrito: “Créame que funciona, hay que dar toda el agua, antes de obtenerla nuevamente”, y dejó la botella llena.

Esta historia me llegó por email. Desconozco su autor y, aunque adaptada, creo que lo que cuenta sigue siendo igual de sugerente. Y si pensamos en un punto en común con el Evangelio, tal vez el más gráfico sea el desierto, por el cual también pasó Jesús.

Este camino de cuaresma que iniciamos esta semana, lo arrancamos con esta experiencia de Cristo en el desierto. Es tentado durante cuarenta días —dice Marcos— y luego de superar la prueba, se pone a anunciar la Buena Noticia. ¿Qué parecido tiene esto con nuestras vidas?

Lo primero que podemos pensar es que, al igual que el Hijo de Dios, también fuimos bautizados y que, porqué no decirlo, nos toca pasar por el desierto. Tal vez no de un modo literal, con arena, desolación, sol intenso y mucha sed, pero sí pasamos por experiencias donde vivir se hace difícil y las tentaciones, los caminos alternativos, se presentan al alcance de la mano. Y en esto, tal vez sea bueno no quedarnos sólo con la imagen del tentador que nos quiere impuros, o que sólo nos acosa con tentaciones de la carne o el dinero. Hay mucho más que eso.

A todos nos toca tomar desiciones, algunas más importantes que otras, pero en ocasiones pueden ser, claramente, una tentación. Son los atajos de la vida que creemos encontrar, y a veces podemos terminar eligiendo aquello que parece que nos trae, sin dilación, la fama, el prestigio, dinero, el reconocimiento, poder, o una felicidad ostentosa. Y, si elegimos esto, creo que nos quedamos a vivir en el desierto, constantemente intentando alcanzar lo que nos falta, porque al final siempre volvemos a tener sed.

Antes les contaba la historia del hombre sediento. Este buen señor se vio tentado a calmar su sed rápida y fácilmente con el agua de la botella. Eso le habría salvado y dado una satisfacción momentánea y estéril. Sin embargo decide arriesgar, «perder», para obtener una plenitud mayor: Toda el agua que necesitaba y más. Tanto que pudo volver a llenar aquella botella para el próximo sediento.

Y digo que el beberse lo que había en la botella hubiera sido una elección estéril, porque sólo habría sido para él y nadie más. Y, básicamente, así son la tentaciones que sufrimos: Llenas de egoísmo. Lo que el tentador hace es hacernos pensar sólo en nosotros y nuestro bienestar o satisfacción, nada más. Y, lamentablemente, de esto nos damos cuenta después de caer en la tentación, después de bebernos el agua de la botella.

Hoy Jesús nos está diciendo que hay una vida mucho mejor, más plena, y que podemos gozar de ella si esa es nuestra elección. Estamos llamados a la plenitud y no a la escasez. ¿Con qué nos quedamos entonces?

Cada tentación es un desierto y cada desierto trae una posible tentación, del cual se pude salir airoso; y eso se logra si no perdemos de vista aquello a lo que estamos llamados: A vivir y a dejar agua, es decir vida, para los que vienen por detrás y eso es anunciar la Buena Noticia y elegir vivir con Dios y no sólo para nosotros mismos.

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