Herederos

Virgen de LujánJuan 19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo. » Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre. » Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
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“Mi madre, Leonor Acevedo de Borges, proviene de familias argentinas y uruguayas tradicionales, y a los noventa y cuatro años sigue tan fuerte como un roble, y tan católica. En épocas de mi infancia la religión era cosa de mujeres y de niños; los porteños en su mayoría eran librepensadores, aunque si se les preguntaba por lo general se declaraban católicos. Creo que heredé de mi madre la cualidad de pensar lo mejor de la gente, y su fuerte sentido de la amistad… Fue ella, aunque tardé en darme cuenta, quien silenciosa y eficazmente estimuló mi carrera literaria».

Este fragmento de una Autobiografía de Jorge Luis Borges, cuando lo leí por primera vez, me hizo pensar en mi madre. Si tuviera que decir algo de ella —me dije— qué sería lo más importante. Por supuesto, no es para contarles ahora lo que me respondí (todavía sigo escribiendo sobre mi madre), pero me resultó interesante traerlo, a colación del Evangelio de hoy y de que, al menos en Buenos Aires, se hace la peregrinación a Lujan, a ver a nuestra Virgencita, a nuestra patrona, la de la Argentina entera.

La escena presentada en el Evangelio de Juan a la vez que es de escándalo, por mostrarnos a Jesús en la cruz, es cándida porque Juan recibe a María como su propia madre y ella a Juan como su hijo. Aquí, así lo hemos aprendido y asumido, nosotros también nos hacemos hijos y ella nuestra Madre.

Esta realidad filial que afirmamos tener, me atrevo a decir, a los católicos nos llena de cierto orgullo y de cierta inmunidad, porque nos sentimos protegidos por una madre celestial. A la luz de la Virgen María nos resulta un poco más fácil pensarnos cuidados por Dios y, por qué no, privilegiados por tener un salvoconducto que nos ayuda para ganar la salvación. Bien podríamos decir que es un derecho adquirido el que tenemos. Ser hijos de tal Madre supone ser herederos de un cuidado maternal único y divino.

Al mismo tiempo, creo que también supone una respuesta de nuestra parte, como hijos. Creo que lo normal es que ningún hijo quiere avergonzar a una madre y mucho menos si nos ponemos ante la realidad de ser y sentirnos hijos de la Virgen. Por lo tanto hay ciertas «obligaciones» que no podemos pasar por alto, como amar sin medida, entregar sin mezquindades, hacer la voluntad de Dios, ser generosos, esperarlo todo del Señor, ser servidores. Es que esto es lo que debemos aprender de esta nuestra madre del cielo.

Será necesario, al igual que María, tener un espíritu alegre en Dios y no perder la esperanza, saber adaptarnos a los tiempos del Señor, aunque no entendamos bien el por qué, pero sobre todo amar, con la profundidad con que ella lo hace, a Dios y al prójimo. Entonces sí, podremos pensar en volver realidad el lema que hoy convoca a todos los peregrinos que se dirigen a Luján: «Madre, ayúdanos a trabajar por la paz».

Aquí rescato lo que Borges nos decía en su biografía, y así como él reconoce a su madre como la que, desde el silencio, lo ayudó en su carrera literaria, o que de ella heredó la cualidad de pensar lo mejor de la gente. Así deberíamos tomarnos un momento y pensar qué hemos heredado de María Virgen. Qué reconocemos de sus cualidades o virtudes en nosotros. Tal vez sean muchas las virtudes y habrá que esforzarse por, al menos, mantenerlas. Pero si vemos que nos falta mucho para parecernos a ella habrá que empezar a buscar los modos, con tal de honrar el título que decimos tener: Ser hijos de la Virgen.

Algunos están caminando, o incluso llegando a la Basílica de Luján, pero todos podemos ser peregrinos. Porque todos podemos visitar aquél lugar sagrado, aunque no hayamos iniciado ninguna caminata. Entonces deberíamos renovar nuestra filiación y tocar aquél lugar santo con el corazón, a ver si se produce un cambio y estamos más cerca de Dios y de María. Este caminar hacia un lugar santo no es un paseo, no es turismo, no es un desafío físico, es acercarse y hacerse uno con lo divino, con tal de que nuestras vidas se transformen. Somos hijos. ¿Qué escribiremos de nuestra madre celestial y qué reconoceremos de ella en nosotros? Para esto, tal vez, hace falta acercarnos al lugar sagrado de Dios, sabiendo que siempre estamos a tiempo de poder aprender de ella y estar más cerca de Dios.

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