Fe, es decir, confiar

nino-salvado

Ciclo C – Domingo XXVII Tiempo Ordinario

Lucas 17, 3b-10
Dijo el Señor a sus discípulos: «Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: «Me arrepiento», perdónalo». Los Apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». Él respondió: «Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», ella les obedecería. Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando éste regresa del campo, ¿acaso le dirá: «Ven pronto y siéntate a la mesa»? ¿No le dirá más bien: «Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después»? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: «Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber»».
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La gente no podía creer cómo un niño tan pequeño fue capaz de romper la capa de hielo, para salvar a su amigo que había caído al agua, al romperse el lago congelado sobre el que patinaba. ¡Es imposible! —decían todos. Pero un anciano, al escuchar la conversación, se acercó a los bomberos.

—Yo sí sé cómo lo hizo —dijo.
—¿Cómo? —respondieron sorprendidos.
—No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.

Este resumen de un cuento de Eloy Moreno, nos pone en situación para pensar qué nos dice el evangelio de este domingo. Fácil sería concluir que hay que pedirle más fe a Dios y que sólo estamos para servir y hacer lo que nos piden. Este pasaje de Lucas tiene que ver especialmente con la confianza y eso no es algo que se pueda obtener desde fuera, sino que nace desde dentro. Alguien, por ejemplo, nos puede, o no, inspirar confianza, y confiaremos si así nos nace desde el interior, no porque el otro nos diga y nos repita que debemos confiar en él.

Este ejemplo que nos pone Jesús, nos hace pensar que, tal vez, la fe es sólo una cuestión de poder sobrenatural, que nos sirve, por ejemplo, para transplantar árboles al mar, o incluso para curar enfermos, como por arte de magia. Entonces, cuanto más fe se tiene, más prodigios se pueden hacer. Y al revés, podemos concluir, no tenemos fe porque hoy no se ven esos portentos, como montañas arrojadas al mar, según nos dice Jesús en el evangelio de Marcos, capítulo 11.

Por otro lado, no podemos quedarnos con la idea de que la fe se reduce a creer firmemente, dando nuestro asentimiento ciego, aun sin entender, a un conjunto de doctrinas. Una cantidad de afirmaciones que no se pueden negar, porque quedamos fuera de la comunión de la Iglesia. La fe no se refiere a letra escrita. La fe es confiar y creer en alguien. En nuestro caso, Dios.

Y esa confianza, referida a Dios, debe nacer desde nuestro interior. Tiene que ver con un convencimiento, donde sabemos y afirmamos, no dudamos, de que el Señor vive en nosotros y, desde ahí, hará posible lo imposible. Esa es la vida que llevamos dentro y que hará surgir lo demás. Es como el grano de mostaza que, aunque pequeñito, lleva vida en su interior y, cuando esa vida se despliega entonces aparece la planta, más grande de lo que podríamos esperar.

El cuento de Eloy Moreno nos hace ver, desde lo fantástico, cómo un chiquillo, convencido de que tiene la fuerza suficiente, rompe una capa de hielo para salvar a su amigo. No duda de que la fuerza necesaria está dentro de él y, lo mejor, no tiene a nadie a su alrededor —como cuenta el anciano— que le diga que no puede hacerlo.

En nuestro caso creo que nos pasa algo parecido. No creemos, no confiamos en Dios que está dentro de nosotros, y que con nosotros desplegará cualquier transformación. Es que, tal vez, siempre nos han dicho que lo imposible sólo se alcanza por la intervención, externa, del Súper Papá, Dios todopoderoso, y nos quedamos esperando que ocurra el milagro desde fuera.

Creer, tener fe, es confiar en Dios, en su fuerza y en su Gracia transformadora que habita en nosotros y que nos hace capaces de transformar la realidad.

Por último, deberíamos pensar que si bien tenemos que ser servidores de las demás personas, nuestro ser cristiano no se reduce a simplemente hacer lo mandado. De ese modo la religión se puede transformar en un simple cumplimiento de normas. De las normas de la Iglesia, como solemos decir. Así todo es vacío, casi sin sentido y, desde ya, sin fe. Nuestro servicio debe nacer de ese convencimiento interior de que, sabiéndonos habitados por Dios, somos capaces de amar y servir a los demás.

Para quien quiera leer el cuento completo:

El niño que pudo hacerlo

Dos niños llevaban toda la mañana patinando sobre un lago helado cuando, de pronto, el hielo se rompió y uno de ellos cayó al agua. La corriente interna lo desplazó unos metros por debajo de la parte helada, por lo que para salvarlo la única opción que había era romper la capa que lo cubría.

Su amigo comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero al ver que nadie acudía buscó rápidamente una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas.
Golpeó, golpeó y golpeó hasta que con-siguió abrir una grieta por la que metió el brazo para agarrar a su compañero y salvarlo.

A los pocos minutos, avisados por los vecinos que habían oído los gritos de socorro, llegaron los bomberos.

Cuando les contaron lo ocurrido, no paraban de preguntarse cómo aquel niño tan pequeño había sido capaz de romper una capa de hielo tan gruesa.
-Es imposible que con esas manos lo haya logrado, es imposible, no tiene la fuerza suficiente ¿cómo ha podido conseguirlo? -comentaban entre ellos.

Un anciano que estaba por los alrededores, al escuchar la conversación, se acercó a los bomberos.
-Yo sí sé cómo lo hizo -dijo.
-¿Cómo? -respondieron sorprendidos.
-No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.

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Eloy Moreno. Adaptación de un cuento popular. Incluido en “Cuentos para entender el mundo”

Eduardo Rodriguez

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