El Quijote de Cervantes

Miguel de Cervantes y el QuijoteJuan 1, 29-34
Juan Bautista vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A El me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que Él fuera manifestado a Israel». Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquél sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre Él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo». Yo lo he visto y doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios».
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Esta semana nos llegó la noticia de que había fallecido Juan Gelman, gran poeta argentino. Y, por supuesto, se recordaron muchas poesías y dichos de este hombre de letras. Recordé su discurso, cuando recibió el Premio Cervantes, en 2007, donde dice: «Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de penuria…» Y de esto creo que, salvando las distancias y el tiempo, nos viene a hablar el evangelio.

Hoy tenemos a Juan el Bautista que hace una declaración muy importante. Dice reconocer al Hijo de Dios, al Cordero que quita el pecado del mundo. Y, aunque estas palabras no sean exactamente las de Juan y tengan que ver mucho con el evangelista que redacta el evangelio, quien escribe desde su comprensión del mensaje de Jesús, nos queda muy claro para qué vino el Hijo de Dios a la tierra.

A lo largo de los siglos, creo que siempre hemos asimilado esta afirmación que hace el Evangelio a la expiación de los pecados de la humanidad, por el sacrificio de Cristo en la cruz. Con lo cual, afirmamos que la humanidad es pecadora y viene Dios y muere por nuestros pecados. Es el esquema del Antiguo Testamento, donde hay una víctima que se ofrece en sacrificio. Paga por nosotros. Y por nuestra parte, tenemos que cumplir con determinadas formas y ritos que declaran nuestro asentimiento a la cruz, sumando nuestras penitencias para solventar la culpa. Pero aquí, Juan, el primo de Jesús, habla del «Pecado del mundo». De uno solo, y no de las faltas individuales de cada ser humano.

Nosotros, casi sin pensarlo, repetimos: «Señor, tú que quitas los pecados del mundo, ten piedad». En plural. Pero aquí se habla de un pecado, el del mundo. Y esto lo podemos entender como aquello que hace que la persona no sea persona. Aquello que deshumaniza, ese es el pecado del mundo. Que es de todos y es de nadie. Jesús, al decir Juan que quita el pecado del mundo, lo que hace es devolverle la libertad a la humanidad. No puede, ni debe, vivir sometida ni bajo ninguna esclavitud, bajo nada que la oprima y no la deje ser lo que Dios quiere de ella. El Señor nos creo para ser libres.

Es pecado del mundo generar opresión, esclavitud, injusticia, pobreza. Y el mensaje de Cristo es el que, a quien lo acepta, le da un aire nuevo, un Espíritu único, que hace posible la utopía, los sueños, la libertad, la alegría, la felicidad, la plenitud y da sentido a la vida.

Antes, citaba las palabras de Juan Gelman, quien interpreta lo que hace Don Miguel de Cervantes en el Quijote: Denunciar todo aquello que hace mal a la humanidad. Es por eso que, con osadía, digo: Jesús es nuestro Cervantes que viene a decir lo que no está bien en el mundo, antes y ahora, y que hace que el hombre no sea hombre. Y si nos sumamos y aceptamos la propuesta de nuestro Salvador, entonces tenemos que continuar con esta misma misión: Hay que salvar a la humanidad de toda opresión, de todo aquello que no hace bien a nadie. Es que sigue habiendo quienes, dominados por el egoísmo, quieren todo para sí y no importa a quién deban someter.

Entonces, aquí se abren al menos dos cuestiones: ¿Quién o qué es lo que deshumaniza y esclaviza, al hombre de hoy? Probablemente, en la respuesta encontraremos los pecados propios, porque somos nosotros los que aceptamos y nos dejamos esclavizar. Y en segundo lugar, tenemos que revisar si no somos nosotros que, también envueltos en el egoísmo, oprimimos y esclavizamos a otros.

Jesús viene a quitar el pecado del mundo, a liberarnos, a decirnos que podemos vivir mejor. Y para que eso sea verdad tenemos que aceptarlo por completo y dejar que él nos bautice con el Espíritu Santo, que es el mismo Dios y que, si nos habita el corazón, nos hace hombres y mujeres nuevos. Distintos, capaces de amar hasta la muerte, como lo hizo el mismo Cristo.

¿Aceptamos este Espíritu y vivimos desde Dios, o preferimos seguir golpeándonos el pecho, lamentándonos de los pecados personales, pensando que mágicamente Dios viene a sacarnos del barro? Para ser de Dios hay que dar el «Sí» que nace desde nuestro interior, donde vive el Espíritu de Señor. No de otro lado, no de normas religiosas externas, no de penitencias impuestas y cumplidas. El «Sí» a Dios debe nacer del corazón. Libremente. Entonces reconoceremos al Hijo de Dios, a nuestro Salvador, como lo hizo Juan el Bautista, y seremos capaces de luchar, como el Quijote, contra los gigantes, los molinos, que nos quitan la libertad de los hijos de Dios.

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