Cultura del envase

Esposos

Ciclo B – Domingo XXVII Tiempo Ordinario

Marcos 10, 2-16
Se acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer? » Él les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado? » Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella». Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, «Dios los hizo varón y mujer». «Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne». De manera que ya no son dos, «sino una sola carne». Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. El les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquélla; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio».
Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él». Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.
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“Estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios.”

Podemos estar más o menos de acuerdo con esta frase de Eduardo Galeano, pero sí creo que describe una realidad palpable. Tal vez no nos identificamos completamente, pero a alguna de las afirmaciones es probable que le demos la razón. Y esta forma de leer cómo se vive en esta época, es una manera de poner en evidencia el rumbo que tenemos, tal vez lejos de lo que Dios desea para nosotros y de lo que nos dice el Evangelio en este domingo.

El cuestionamiento que le hacen a Jesús, me atrevo a decir, es tan actual hoy como en aquél momento y tengo la impresión de que, en el presente, existen dos posturas ante este tema. Están los que con fuerza acérrima defienden el matrimonio, y para ellos nunca hay razón suficiente que justifique que los esposos se separen, ya que esto es casi un atentado contra todo lo que Dios manda; y, opuestos a aquellos, están los que viven en un facilismo tal que, bajo capa de no coartar la libertad de nadie y con una ligereza tremenda, divorciarse está al alcance de cualquiera que, por ejemplo, simplemente “no sienta” el matrimonio o, como decimos, porque se acabó el amor. En el medio, otro grupo de gente que intenta vivir y salvar la situación como mejor puede.

Y claro que este tema de la separación sigue siendo tan controvertido como siempre. Buscamos soluciones, pero tal vez deberíamos centrar nuestras energías en lo que parece que no llegamos a tener muy en cuenta: El amor con el que hay que fundar la relación de dos personas que deciden compartir sus vidas.

Este es el punto en el que debemos detenernos. Evidentemente hay situaciones en las que dos seres humanos descubren que seguir viviendo juntos parece casi imposible, y aquí hay que mirar cada situación. No podemos exigir que no se separen, y punto. Hay circunstancias en las que dejar de convivir es lo decisión más sana. Y esto no lo afirmo por estar a favor del divorcio, sino porque el trato entre algunos esposos o parejas llega  a niveles de agresión y violencia que no es bueno que sigan juntos. Entonces volvemos al mismo punto: ¿Cuánto de amor verdadero hay y hubo hasta ese momento? Y como primera respuesta clara que podemos dar es que el mayor y único enemigo de dos que dicen amarse es el egoísmo.

A raíz del egoísmo vienen las demás dificultades, como una vida sexual matrimonial que no construye y más bien deshumaniza a los esposos, porque si sólo se busca el placer personal, nada se puede construir, aunque biológicamente surja una vida. Si hay egoísmo y uno de los esposos ya no satisface las necesidades propias del otro, entonces se empieza a mirar hacia fuera. Cuando hay egoísmo, sólo se piensa en el bienestar propio y, muchas veces, la familia comienza a ser un estorbo para lo que llamamos “realización personal”, entonces se emprenden otros caminos. Y claro que está bien realizarse personalmente, pero ¿a qué precio tiene que ser?

El trabajo mayor que hay que hacer es crecer en el amor y esa no es empresa fácil ni simplemente un toque divino que nos hace vivir tal dimensión. Es una construcción personal y compartida, donde cada uno de los esposos, en el caso del matrimonio, debe abrirse a una vida mucho más donativa, donde se entregan el uno al otro y se busca, decididamente, ayudar a su compañero, o compañera, a ser él o ella misma. El amor para nada pretende anular al otro, sino potenciar la humanidad del amado. Si ambos esposos buscan esto, los dos verán que sus vidas son mejores, pero hay que aprender a olvidarse de uno mismo. Y díganme si esto no tiene que ver con Dios, especialmente con Jesús, que se olvida de sí mismo, de su interés personal y se entrega por completo. Tal vez ahí está la medida del amor con la cual debemos compararnos.

Y claro que el tema que nos ocupa, según lo que nos plantea el Evangelio, es el divorcio, o la separación. Y por eso cité a Eduardo Galeano, porque él pone el ojo en lo que, tal vez, más importancia le damos. Nos preocupa mucho lo externo, lo aparente, y nos quedamos en la superficie, y no sabemos mirar más allá, en lo más profundo y trascendente, donde normalmente reside el amor verdadero.

Porque esta dimensión del amor es la única que da validez al sacramento del matrimonio. Me atrevo a decir, tal vez de modo exagerado, que si no hay amor, entonces no hay sacramento. Y con esto no pretendo dar razones para nulidades matrimoniales, sino poner el ojo en lo único que puede fundamentar la decisión de que dos personas decidan compartir sus vidas. Y en esto también incluyó a todos aquellos que, simplemente, eligen vivir juntos, sin firmas de por medio, porque ese amor que creen vivir es tan válido como el de dos que pasaron por el altar. Incluso a veces es un amor más auténtico que el de dos que tienen “los papeles en regla”. Y claro que no es lo mismo tener la bendición de Dios que no tenerla, pero el punto de arranque es el amor de los que dicen y creen amarse.

En este punto busco las razones de por qué muchos no quieren “formalizar” sus vidas con un compromiso más firme. Es verdad que los papeles no hacen al compromiso personal, pero tal vez sea signo de no querer cerrar puertas que después dificulten el momento en el que decidamos marcharnos. Entonces volvemos a una pregunta anterior: ¿Cuánto amor hay en esa relación de pareja? Y esta también vale, otra vez, para los esposos.

Fiablemente, como nota aclaratoria, creo que es bueno recordar que el solo hecho de separarse no impide a los separados a acercarse al sacramento de la comunión. Todavía hay clara evidencia de que en el imaginario católico sigue la idea de que si te separas entonces ya no puedes comulgar. Especialmente en el confesionario es donde se escuchan estas afirmaciones, y hay veces en que, con este mandato de fondo, muchos han dejado de acercarse a la Eucaristía. Otra situación es la de los separados en nueva unión. Estrictamente, con el manual de moral en una mano y el catecismo en la otra, estos últimos no pueden recibir la comunión. Tema de mucho debate actualmente, especialmente a las puertas del Sínodo de la familia que comienza este domingo 4 de octubre.

Un apartado que no puedo dejar de mencionar. El rol de los sacerdotes en todo esto. Simplemente decir que los curas, como solemos decir, no estamos para gobernar matrimonios ni conciencias. No es nuestra función dar directivas, donde los laicos deben acatar lo que la autoridad eclesial dice, así, sin más cuestionamientos. Los sacerdotes estamos para aconsejar, para animar, para sostener, para acompañar, para orar, pero especialmente para servir. Esa es nuestra tarea fundamental, fundada también en el amor a Dios y a las personas. No se puede seguir con el esquema donde concluimos: “Ah, si lo ha dicho el cura, así hay que hacerlo». Eso no sirve ni debe ser así. Laicos y consagrados somos parte de esta Iglesia de Dios y ambos tenemos fe, voz y madurez suficiente para buscar, entre todos, a la par, la Verdad de Dios.

diosytuadmin

4 thoughts on “Cultura del envase

  1. Y ud. nos despidió…y no se percató….Había allí una joven mujer que lloraba…como asustada…pero sonrió cuando iba a recibir a su esposo cuando la vino a buscar…Se movió todo en nuestro interior…hubo un reordenamiento..y una gran alegría cuando le dijimos «gracias»…Y San Francisco seguramente también estaba allí…siempre nos dijo que los sacerdotes deben ser respetados…Que El Santo Espíritu del Señor nos continúe dando maravillas a través de ustedes…para la alegría del Señor…Amén…

  2. Y ud. nos despidió…y no se percató….Había allí una joven mujer que lloraba…como asustada…pero sonrió cuando iba a recibir a su esposo cuando la vino a buscar…Se movió todo en nuestro interior…hubo un reordenamiento..y una gran alegría cuando le dijimos «gracias»…Y San Francisco seguramente también estaba allí…siempre nos dijo que los sacerdotes deben ser respetados…Que El Santo Espíritu del Señor nos continúe dando maravillas a través de ustedes…para la alegría del Señor…Amén…

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