Celebrity

Celebrity of Heaven
Celebrity of Heaven

Lucas 9, 28b-36
Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con Él.
Mientras éstos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Él no sabía lo que decía.
Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Éste es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo». Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.

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Existe un mundo al que muchos quieren acceder, y los escenarios más representativos de este son los que llamamos Hall of fame (Salón de la fama), o Walk of fame (camino, paseo de la fama) en Hollywood. Éstos dos espacios, podemos decir, están reservados para las Celebrities, las celebridades, los famosos. Muchos de estos hacen su aparición en la alfombra roja, como sucede en la entrega de los Oscar. Y si bien sabemos que no todos podemos entrar en ese círculo, sí tenemos algo en común con aquellos que han logrado acceder: Deseamos estar en la gloria, queremos ser reconocidos, anhelamos una vida fácil, cómoda, sin sobresaltos, de felicidad casi perpetua.

En el evangelio de hoy, tenemos la transfiguración de Jesús frente a Pedro, Santiago y Juan. Es un hecho único que a los apóstoles no les pasa desapercibido. Cristo, viste de un blanco excepcional, junto a Moisés y Elías que representan la ley y los profetas, respectivamente. Una nube que los envuelve y la voz de Dios que deja claro qué es lo que hay que hacer: Escuchar al Hijo de Dios. Y si tuviéramos una experiencia parecida, seguramente sentiríamos miedo y gozo, al mismo tiempo, como lo vivenciaron aquellos tres que querían quedarse, haciendo tres carpas.

Primero pensé que, viendo la experiencia de los apóstoles, también añoramos poder tener una vivencia tan profunda de Dios. Eso, seguramente, afianzaría nuestra fe —me dije. Pero luego me vino a la cabeza la siguiente afirmación: Esta vivencia sí la tenemos, pero probablemente nos hemos quedado dormidos, a diferencia de Pedro, Santiago y Juan. Permítanme enumerar las transfiguraciones a las que asistimos, casi sin darnos cuenta, en más de una ocasión: El nacimiento de un niño, que alguien no muera de hambre, que un indigente pueda vestirse con ropa limpia, que un drogadicto o alcohólico se recupere, la cura de una persona, el amor sincero de unos esposos, la unidad de los hermanos de sangre, o que alguien no muera solo. Habrá otras formas de transfiguración, tan o más válidas que éstas, pero me parece oportuno citarlas para no acotar esta experiencia a un estado místico y fervoroso que podemos tener en algún momento de nuestra vida.

Jesús se presenta delante de sus apóstoles y les hace ver la Gloria de Dios. Así es como será al final, una vez que estemos delante de Dios. Y la felicidad es tan grande que hace que Pedro quiera perpetuar ese momento, acampando allí. Y nosotros propondríamos lo mismo, me parece, si llegáramos palpar el cielo de ese modo. Pero el caso es que el Señor sigue transfigurándose, aunque no nos demos cuenta. Esos ejemplos que cité pueden ser muy significativos, sobre todo para resaltar que a Jesús glorioso y transfigurado lo podemos encontrar más cerca de lo que creemos. Y si lo planteamos en sentido contrario, tal vez veamos la fuerza que cobran: No vamos a tener verdadera felicidad, , cielo, gozo, ni gloria, cuando no dejemos que la vida nazca, o cuando no compartamos nuestro pan, o no vistamos al desnudo. Si se mueren los que no recibieron asistencia y compañía, entonces no hay felicidad, entonces no hay Dios, entonces no hay transfiguración blanca y diáfana.

En nuestro caso, como cristianos, deberíamos pensar en ser celebrities, famosos, y pertenecer al Hall of the fame, porque nos destacamos en caridad, en misericordia, en perdón, en generosidad, en solidaridad. Esa es «la gloria» que tenemos que ansiar y luchar por tener, el cielo que somos capaces de vivir y compartir. Aunque con una diferencia importante con respecto a los que son famosos delante de cámaras y luces de colores: Debemos ser celebridades sin reconocimiento y premio individual, personal y temporal, aquí y ahora. Ya llegará el momento, junto a Dios, donde todo será felicidad.

La ley y los profetas se juntan con Jesús, están Moisés y Elías con él, y también con nosotros, si así lo buscamos y queremos. Nuestra ley debe ser la del amor a Dios y al prójimo, y la profecía es que, igual que Cristo, debemos pasar por la crucifixión, para llegar a resucitar. Nuestro esfuerzo y sacrificio, nuestra cruz, será todo aquello que tengamos que vivir para hacer realidad el amor de Dios entre nosotros. Después, tendremos cielo, después haremos tres carpas, para siempre, junto a Dios.  Esta debe ser nuestra opción de vida. Y si queremos comprobar que este camino es el mejor, no tenemos más que preguntarnos qué es lo que sentimos cuando ayudamos, sin mezquindad, a quien nos necesita. Seguro que la respuesta es felicidad, cielo, y hasta transfiguración. Todo esto lo entendemos una vez que escuchamos al Hijo de Dios.

Ahora sí, es tiempo de bajar del monte y tocar tierra firme. Procurando no dormirnos y abrir los ojos para darnos cuenta de que Jesús sigue transfigurándose delante de nosotros.

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