Les Choristes

La música de Dios puede cambiar a las personas
La música de Dios puede cambiar a las personas

Lucas 13, 1-9
En cierta ocasión se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió: «¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera».
Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: «Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?» Pero él respondió: «Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás»».

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Hace varios años vi una película titulada «Les Choristes», Los Coristas, Los niños del coro, o como mejor les guste. Es la historia de unos niños, especialmente uno de ellos, en un internado en Francia junto a un profesor, Clément Mathieu, que llega con ilusión a enseñar, principalmente música. Y entre tantas cosas que podemos recordar de este film, tenemos una frase que el director del centro tenía como máxima: “Acción-Reacción”. Si los chicos se portaban mal, había que actuar, es decir castigar. Ésta frase es la que, para empezar, nos puede ayudar en la reflexión de este domingo.

A Jesús le presentan el caso de los galileos, cuya sangre fue mezclada con la de los sacrificios. Querían escuchar, de boca de Cristo, lo que ellos pensaban. Pero Jesús les devuelve la pelota diciéndoles que los galileos no eran más pecadores que los demás, como para ser castigados de ese modo. Luego les pone otro ejemplo, el de las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé. Y vuelve a asegurarles que lo sufrido no fue por ser más pecadores que el resto. Y a continuación les advierte que se conviertan para no acabar de la misma manera. Por último remata con el ejemplo de la higuera, la cual consigue una oportunidad más, antes de ser cortada, si no da fruto.

En la mente de la gente del tiempo de Cristo, y en nuestra época también, los más pecadores son los que reciben más castigo. Acción-Reacción, que decía la película citada al principio. Si alguien se porta mal, Dios lo tiene que castigar —decimos, convencidos de que nuestra lógica es la de Dios. Si hay una causa, el pecado, tiene que haber un efecto, el castigo, y cuanto más grande la culpa, más grande la pena. Pero Dios tiene otra forma de actuar, porque ante todo siempre hace valer su misericordia, no su bronca, si es que la tiene (cosa inconcebible). Y esto se entiende si tenemos en cuenta que siempre obtenemos, del Creador, una nueva oportunidad, para corregir y enmendar. Hasta la higuera se ve beneficiada.

Pero el punto más importante, más allá de las causas y efectos, está en el llamado que hace el Hijo de Dios, a poner la atención no en los otros, sino en nosotros mismos. Lo que está pidiendo Jesús es que dejen de juzgar a los demás, buscando diferenciarse, como mejores, por no haber sufrido ninguna desgracia, como las que pone de ejemplo. Les plantea que lo que tienen que observar es a sí mismos. Tienen que ser capaces de ver sus vidas y sus actos y, si reconocen que hay error, entonces buscar el cambio, la conversión. Para nosotros esto también nos vale. No podemos pensar que somos buenos, o mejores, simplemente por el hecho de no ser tan malos como otros.

Esta es la práctica que hay que aprender y adoptar: Saber mirar a nuestro interior y reconocer los errores que cometemos, para llegar a ser mejores, para cambiar y convertirnos a lo bueno, hacia Dios. Si no lo hacemos, entonces, sí correremos la misma suerte que los que sufrieron aquellas desgracias, o simplemente podemos decir que estamos perdidos. Es necesario el cambio, hacia el bien, para poder ser y estar con el Señor. Esto es lo que quiere Jesús de nosotros.

Aquél buen hombre de la película, el músico, Clément Mathieu, tiene un lema: «La música puede cambiar a las personas», y cree que eso es posible. A diferencia del director, que daba a los chicos por perdidos, aquél entiende que los niños pueden ser mejores. Y, permítanme la comparación, en este caso el músico es Jesús. Él sabe que es viable el cambio y que podemos ser buenas personas. Esta es la llamada que hace, por eso nos dice: ¡Conviértanse! La melodía divina que hay que escuchar y aprender tiene ritmo de amor, de misericordia, de perdón, de Gracia de Dios. Y convertirnos, para poder cantar la canción celestial, es abrir el oído y el corazón a la Verdad. Así sabremos quiénes somos, qué hay que corregir y cómo enmendarnos. Sabiendo que se hace desde dentro, personalmente, sin poner el ojo en los errores ajenos para creernos salvados.

La música de Dios puede cambiar a las personas, puede cambiarnos.

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