Apropiarse

Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
Juan dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros». Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no esta contra nosotros, esta con nosotros. Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo. Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar. Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos al infierno, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies al infierno. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al infierno, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga».

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Si hablamos de cosas típicas, o tradicionales, hay algunas que, indiscutiblemente, pertenecen a determinados lugares o personas. Por ejemplo, si nos referimos a la pasta, decimos que es italiana. La paella o el jamón es español, el bife de chorizo y el mate, son argentinos, los filósofos los asociamos a los griegos, la puntualidad es inglesa y los mejores relojes son los suizos. El tango tiene una disputa entre Uruguay y Argentina, y el MacDonald, nadie lo niega, es de Norteamérica. Y por supuesto, cuando salimos afuera del país, o nos encontramos en foros internacionales, con orgullo, por ejemplo, decimos que la mejor carne es argentina. Así también lo hacen los de otras naciones, que muestran o enseñan lo que, en definitiva, les da identidad. Pero hay ciertas cosas que son de todos y no son de nadie, tales como la bondad, el amor, el bien, la generosidad, la amabilidad, la caricia, la paz. Nadie puede apropiarse de ellas y decir que las poseen de forma exclusiva. Lo mismo pasa con Dios.

Y, poniendo el ojo en el evangelio, vemos lo que le pasa los discípulos, que más que ser elogiados por impedir que algunos, que no eran seguidores de Jesús, hicieran el bien en nombre del Mesías, son corregidos y se les dice, en definitiva, que no hay exclusivismo ni cerrazón. Y, acto seguido, Cristo se explaya en dar ciertas advertencias que tienen que tener en cuenta los que sí se dicen seguidores de él. El Señor no se ocupa en ir a darle directrices a los que no son de los suyos. A aquellos simplemente les deja seguir haciendo el bien. Pero a los que están con él les explica lo que el vínculo con el Mesías exige. Y en nuestro caso, sabedores de las cosas de Dios, no podemos menos que repasar lo que nos dice el evangelio y ver si nuestro esfuerzo se corresponde con eso que Jesús pide, lo cual da identidad de seguidores.

Por supuesto que, ante todo, debemos abrir la mente y el espíritu, sabiendo que Dios no se circunscribe a nuestras formas y preceptos, y aquellos que no son de «los nuestros» no son el enemigo. Por consiguiente, puede haber tanto bien como entre nosotros. Pero al mismo tiempo, me atrevo a volver la mirada y simplemente observar cómo estamos en casa. Es que en más de una ocasión, me parece descubrir que, entre los cristianos, hay una suerte de celos, o incluso de cierta antipatía, llegando, cada uno por su lado, a adueñarse de Dios y de las cosas de su Iglesia. Hay marcadas diferencias entre tradicionalistas, modernos, liberales, cumplidores, moralistas, legalistas, teólogos y practicantes de a pie. Uno y otros, en algunos momentos, asumen su modo con tanta vehemencia que, casi les gustaría «impedir» que se practique la fe de una forma distinta de la que ellos conciben. Se nota una cierta intolerancia entre los cristianos, con los mismos cristianos, que prácticamente caemos en un escándalo, similar a los que Jesús describe hoy, y esto hace que muchos, que no son seguidores de Cristo, prefieran seguir como están. Esto, si sucede, es porque estamos perdiendo el norte, lo fundamental, que es imitar las actitudes de Jesús.

Además, tenemos todo lo que Cristo les advierte a los suyos. Lo que no se puede olvidar a la hora de ser buenos hijos de Dios, y que también debemos cuidar.

Escandalizar a uno de los pequeños que tienen fe. Lo podemos entender de un modo literal. Entonces decimos que no se puede escandalizar, hacer tropezar o poner en peligro a los niños. Es lo primero que pensamos. Y está muy bien que así lo asimilemos, pero este concepto de pequeño también hace referencia a los que no se valen por sí mismos, a los que están excluidos, a los marginados. A éstos, que también creen en Dios, los debemos cuidar y no malograr. Nosotros, que nos decimos hijos de Señor, no podemos aprovecharnos de los que menos pueden, no se les puede quitar la esperanza, la posibilidad de ser mejores, ni la fe. Es deber nuestro ocuparnos de los más débiles y sostenerlos.

Y por último, tenemos la oferta de perder alguno de nuestros miembros, con tal de que no se nos escape el cielo. Entonces me pregunto: Si tomáramos de un modo más literal lo del evangelio ¿Se incrementaría el número de tuertos, mancos o mutilados entre nosotros? No animo a tomar al pie de la letra lo que escuchamos hoy, pero sí creo que es bueno que revisemos nuestra vida y veamos qué es lo que necesitamos quitar para que pueda ser, por completo, de Dios. La tarea no es fácil, porque estamos acostumbrados a ser como somos y, al final, tenemos un justificativo para todos nuestro errores, pero es necesario que nos liberemos del peso que no deja subir hasta el cielo.

Ojalá, que tengamos muy claro cuál es nuestra identidad de bautizados, y que ante cualquier persona, cristiana o no, podamos decir, con orgullo, que lo típico de ser hijo de Dios es hacer el bien y amar a las personas. Este debería ser el patrimonio nunca olvidado por la humanidad, no solamente por los seguidores de Jesús. Es la única forma de ser felices.

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