Política Empresarial

Servir trae Paz

Marcos 9, 30-37
Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero debe hacerse el último de todos y el servidor de todos». Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en ni Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe no es a mí al que recibe sino a Aquél que me ha enviado».

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Una de las excusas, o respuesta diplomática, que a menudo escuchamos es la siguiente: Es política de la empresa. De esta forma dan por zanjado el tema que traigamos entre manos. En definitiva, nos hacen hacer lo que ellas quieren, a su modo, o simplemente es un «No» elegante. No sé si esta respuesta es peor que la siempre mal recibida: «Se cayó el sistema». Esto es, lisa y llanamente, un «No voy a resolver tus problemas». En fin, más allá de este tipo de respuestas, evasivas, me quedo pensando en lo que una empresa tiene o elabora como modo de proceder. Hay unos protocolos que se siguen, según los diferentes casos que se pueden presentar y que hay que resolver. Hay pautas que indican al personal cómo deben actuar en sus operaciones, y así aprovechar las oportunidades que le brinda el entorno. Así todo se hace y se lleva adelante de una manera más organizada.

El evangelio de hoy nos presenta el modo de proceder que tienen que llevar adelante, en primer lugar, los apóstoles, pero también lo deben hacer, supuestamente, todos aquellos que se disponen a seguir a Jesús. El manual del buen hijo de Dios, según las palabras de Cristo, nos dice:

  1. El que quiere ser el primero debe hacerse el último de todos.
  2. El que quiere ser el primero debe hacerse el servidor de todos.
  3. El que recibe a uno de estos pequeños en nombre de Jesús, lo recibe a él.
  4. El que recibe a Cristo no es a Cristo al que recibe, sino a Aquél que lo ha enviado.

Cuatro enunciados que no se pueden perder de vista a la hora de sabernos seguidores de Jesús, si es que queremos hacerlo bien.

En comparación, si ponemos la mirada en muchas de las cosas que hoy se plantean para poder lograr el éxito personal, laboral y empresarial, sin descrédito de nadie y sin ánimos de ser exhaustivos en el tema, todo parece indicar que lo importante es ser eficaces, eficientes y poder triunfar. Y, con los tiempos que corren, muchas veces es sinónimo de un cierto egoísmo, de pisar algunas cabezas, de buscar ser el primero en todo a costa de cualquier precio. Entonces, nos podemos encontrar con personas que más que servir buscan ser servidos o servirse de. Y esto nada tiene que ver con la propuesta de Jesús.

Por supuesto que alguien podría decir que estamos hablando de cosas diferentes y, a primera vista, tienen razón, pero la persona que quiere triunfar y que es cristiana, al mismo tiempo, es una sola. ¿Cómo conjugar el modo de Cristo con lo que la sociedad pide de nosotros?

Ciertamente no es tarea fácil, entonces lo primero será hacer una lista de prioridades. Deberíamos ser capaces de responder, con sinceridad, qué es lo que realmente nos importa y no deseamos perder. Después, buscar se exitosos, por qué no, sin dejar de ser cristianos, en el supuesto de que lo prioritario sea estar con Dios. Aunque siempre corremos el riesgo de vernos empujados a entrar en la carrera del éxito, sin miramientos, y esto pude traernos dificultades y contradicciones a la hora de ser buenos cristianos. Y aquí creo que podemos poner luz con la segunda lectura de este domingo, donde Santiago nos dice: «¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros? Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra.»

Lo que señala Santiago, bien podríamos tomarlo como un fruto de la competencia desleal, con el único afán de poder triunfar. Y, aparentemente, esto tiñe la realidad de nuestro mundo con ambición, muerte, envidia, traición, egoísmo, falta de ética y corrupción. Bien podríamos pensar que aunque esa carrera, iniciada para muchos, pareciera que nos lleva a la felicidad, al final termina trayéndonos lo que no deseamos. Nada que ver con el cielo. En cambio, lo que en apariencia no es de ganadores, la propuesta de Jesús, al final nos lleva al Reino de Dios.

Alguien que se presente a una entrevista de trabajo y que diga que quiere el empleo, pretendiendo ser el último de todos, no tiene muchas chances de ser contratado. Pero el que trabaja y, con honestidad, sirve a todos y da lo mejor de sí, aunque no obtenga un premio, o un aumento de sueldo, seguramente alcanzará paz, felicidad y al mismo Dios. Es que el Señor permanece en aquél que lo sustenta. Y esto también cabe para aquellos que son jefes, quienes, sin lugar a duda, están llamados a servir. Más aún si quieren llevar el nombre de hijos de Dios con dignidad.

A los niños -seguimos con los protocolos de Cristo–hay que recibirlos para encontrar a Dios. Y si bien podemos fijarnos en la literalidad de las palabras de Jesús, cuidando a los más pequeños, también prefiero pensar en lo que esto puede significar más allá de lo evidente. Un niño siempre es alguien que requiere protección, atención, cariño, compañía, y todo lo necesario para poder desarrollarse plenamente. Ojalá pudiéramos cuidar de las demás personas como si de niños se tratara. No por pasar a tener una interrelación infantil, sino por ser capaces de proveer todo lo que el otro está necesitando para su pleno desarrollo. Esta también es una forma clara de ponernos al servicio del que está a nuestro lado, de buscar hacerse el último.

Políticas empresariales y estilos de vida hay muchos, pero aquí, los de la familia cristiana, son claros, simples y directos. Todo se reduce a amar, cuidar y servir. Este es el pase directo al cielo. Si alguien nos preguntara, por qué somos tan buenos, amables, generosos, serviciales o solidarios, ¿Qué responderíamos?

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