Al otro lado del río

Dar de comer el Pan de vidaMateo 14, 13-21
Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Éste es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos». Pero Jesús les dijo: «No. es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos». Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados». «Tráiganmelos aquí», les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
______________

Jorge Drexler - Al otro lado del río

Esta es una canción escrita y musicalizada por el uruguayo Jorge Drexler. La misma ganó el Oscar a la mejor canción original, por la película «Diarios de Motocicleta». No voy a entrar en disquisiciones acerca del film, no es el objetivo. Me interesa la letra y su música que en este momento nos dice algo personal. En esto me aferro al gran teólogo Hans Küng que, en su obra «Música y Religión», dice: «La música no está acabada una vez que se ha terminado de componer; ni siquiera cuando se la interpreta. Pues incluso el oyente coopera con ello en un contexto diferente cada vez». Y me parecía oportuno traer esta letra por la imagen que deja, parecida a la del evangelio que —a mi entender— sigue siendo reflejo de nuestra realidad.

Cuando los discípulos quieren despachar a la multitud que los seguía, para que fueran a comer, Jesús les dijo: «Denles ustedes de comer». Esto rompe toda lógica, dado que sólo tenían cinco panes y dos pescados. Y aquí ocurre el gran milagro. Y claro que se puede pensar este hecho como el momento en que Cristo manifiesta su grandeza y divinidad. Porque sólo Dios es capaz de dar de comer, con tan poca comida, a más de cinco mil hombres sin contar mujeres y niños. Aunque no creo que ese sea el único objetivo ni todo el trasfondo del mensaje de hoy. Hay más.

Si Dios es Dios, y sigue siéndolo, ¿por qué entonces no hace un milagrito y le da de comer a los que, en muchas partes del mundo, mueren de hambre? Los que nos piden en la calle, porque realmente no tienen para comer, podrían beneficiarse de un prodigio de este tipo. Así todos estaríamos saciados y tranquilos. ¿No es verdad?

Desde la exégesis bíblica también se dice —así lo pienso— que los discípulos son invitados a compartir lo que tienen y esa actitud hizo que muchos convidaran lo que seguramente llevaban consigo. Cualquiera, con sentido común, prevé el alimento si va a estar fuera un tiempo. Aquella gente seguramente lo hizo, y llevaría algo para comer. Entonces, una vez que aprendieron a compartir, a raíz del gesto de Jesús y los discípulos, pudieron comer todos hasta saciarse.

No quitamos mérito ni a uno ni a otro. Este evangelio vale tanto para los que creen, sin dudar, que todos comieron de cinco panes y dos pescados, como para los que entienden que ocurrió el milagro de convidar lo propio y fraternizar. Lo importante está en querer hacer lo que Jesús pide: Darles de comer. Este es el punto de partida. Si no se es consecuente, entonces todos quedan con hambre.

Antes cité aquella canción. Especialmente por los siguientes versos: En esta orilla del mundo/ lo que no es presa es baldío/ Creo que he visto una luz/ al otro lado del río/ Yo muy serio voy remando/ muy adentro sonrío/ Creo que he visto una luz/ al otro lado del río. Es que me parece que nos deja una imagen, salvando las distancias, parecida a la de aquella gente que se entera que Jesús está por allí, en una barca. Entonces, decididamente, salen a buscarlo y a seguirlo. Entienden que allí hay una esperanza, una luz que ilusiona y que dice que todo puede ser diferente. Y en verdad encuentran. No sólo curaciones y comida, sino algo que les cambia la vida. Aquellas personas no pueden haber vuelto igual que como fueron. Descubrieron que Dios es don por completo. Que se preocupa de los dolores y del hambre. Y entendieron que vivir con Jesús es vivir bajo las mismas condiciones.

Nosotros no podemos menos que pensar en nuestra forma de seguir a Cristo. No podemos quedarnos sabiendo dónde está Dios, dónde lo podemos encontrar y no hacer nada más, pensando que nos basta con saber su paradero. Hay que salir, hay que remar, hay que caminar, con tal de llegar hasta donde está él. Y, una vez encontrado, no perderle el rastro, para poder, finalmente, comer el pan que nos ofrece y que nos deja saciados. Eso supondrá que aprenderemos a obrar como obra Dios.

Y obrar como obra Dios es hacer nuestro el pedido de Jesús: Tenemos que darle de comer a los demás, con los cinco panes y los dos pescados que hemos recibido de manos del mismo Cristo. Debemos ser el canal por el que llegue ese don de Dios. Los que pasan, de mano en mano, la canasta con el alimento y así enseñar a compartir eso que hemos recibido del Señor.

En esto, hay que ser prácticos, como efectivos y prácticos son los milagros de Dios. A aquellos que lo buscaron y creyeron en él los curó y les dio de comer. No fue sólo una oración y buenos ánimos para los que estaban enfermos. Salieron sanos y saciados. Y esa misma efectividad es la que debemos tener. No basta con decirles, a los que tienen hambre, que Dios es bueno y que tienen que rezar mucho. Hay que acercarles el pan y el pescado. Hay que darles de comer, llenarles la panza. Es lo que nos pide Jesús. Si no lo hacemos, nada tenemos que ver con él. Y por supuesto que no vamos a salvar el mundo y que nuestros recursos también los necesitamos para subsistir, pero debemos hacernos la siguiente pregunta personal: ¿A cuántos, efectivamente, les he dado de comer? Y esto es posible, especialmente, cuando hemos sido curados de la enfermedad más diseminada en el mundo entero: El egoísmo.

Después, una vez saciados, curados, limpios, les podremos hablar del Reino de Dios y su justicia y de que hacemos lo que hacemos por amor a Dios y porque así también nosotros nos sentimos cuidados y amados por él.

—¿Qué hacemos Señor con todos estos que incluso llegan a molestarnos y hasta afean nuestras calles? —podremos preguntar. Para escuchar hoy la misma respuesta: Denles ustedes de comer.

diosytuadmin