Turismo Aventura

Hay que atravesarlo

Marcos 1, 1-8

Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Como está escrito en el libro del profeta Isaías:
«Mira, Yo envío a mi mensajero delante de ti
para prepararte el camino.
Una voz grita en el desierto:
Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos,»
Así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. y predicaba, diciendo: «Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo».
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¿En qué nos diferenciamos de la gente de la época de Juan? Creo que la gran cambio está en que ahora tenemos Turismo de Aventura y antes no.

Ustedes estarán pensando, qué tiene que ver esto con el evangelio de hoy, y mucho menos con Juan el Bautista o el adviento. A lo mejor tiene poca relación, pero me parece que, entre otras, es la razón de que el discurso de Juan sea tan actual como hace más de dos mil años.

Digo Turismo Aventura, que es visitar lugares atípicos, desconocidos, en busca de actividades de aventura en la naturaleza, para hacernos con una primera imagen, pero de ahí salto a los modos y lugares que elegimos hoy para retirarnos, si es que lo hacemos. Si alguien piensa que necesita encontrarse con Dios y consigo mismo, seguramente imagina sitios apartados de la ciudad, aislados de ruidos y stress, que nos proporcione un contacto más directo con la naturaleza, lleno de árboles, flores, ríos, lagos, pájaros que nos despierten por la mañana. Así parece que es más fácil escuchar la voz de Dios. Bien podríamos decir que hacemos un cierto turismo interior, ayudado por el entorno. Y al desierto, sólo iríamos de Turismo Aventura, ¿Verdad?

El ir a un lugar de ensueño, teniendo en cuenta el evangelio de hoy, probablemente no nos ayude a un cambio profundo y a un encuentro con Jesús. Me refiero a que, en principio, siempre buscamos “el paraíso en la tierra”, donde habita el Señor. Y la propuesta de Juan, es muy diferente: nos dice que vayamos al desierto, donde podamos pasar hambre, calor, sed, soledad, abandono, para encontrar a Dios. ¿Tanto han cambiado los tiempos? ¿Ya está pasado de moda ir al desierto? El objetivo es el mismo, estar en presencia del Señor, y con uno mismo, pero el modo es muy distinto. ¿Por qué?

La palabra de Dios, hoy nos cuenta que la gente salía de Judea y Jerusalén para ir a ver a Juan, que vivía en el desierto, comía langostas y miel silvestre y lucía un modelito última moda de piel de camello (seguro que era lo mejor para el clima que tenía, porque nunca vi un camello que transpire, así que no pasan calor, deben tener cuero refrigerado :). Escuchaban lo que el Bautista les predicaba y aceptaban un bautismo de conversión. Salían de la ciudad para ir al desierto y encontrar una nueva vida, que los preparara para encontrarse con el Mesías. Entonces, podemos decir, iban a morir al desierto para nacer de nuevo. Es el paso que no podemos perder de vista.

En nuestro caso, los que buscamos más el paraíso, aunque también eso ayude, no podemos perder de vista el desierto. Es que para encontrar a Dios y cambiar de vida es necesario que pasemos hambre, sed, calor, soledad, abandono. Es preciso que aprendamos a dejar de lado lo superfluo, aquello que parece darnos felicidad y que al final nos deja como al principio: insatisfechos. Es bueno aprender a morir, recibir el bautismo de conversión y volver renovados.

Así, vemos que el discurso de Juan sigue siendo tan actual como hace veintiún siglos. Seguimos teniendo necesidad de que alguien nos señale el camino a recorrer. Y en este caso será para preparar el camino del Señor, vivir este Adviento, que es sinónimo de dejar nuestras ciudades para adentrarnos en el desierto. Poder morir a todo lo que no es de Dios y cambiar nuestra vida. Es el modo en que podremos ver cómo Jesús nace en entre nosotros el día de Navidad. Entonces sí, ahí vendrá el paraíso que siempre queremos, la paz de Dios que tanto estamos deseando. Primero desierto, después paraíso.

En este caso, el orden de los factores sí altera el producto. Si busco primero el paraíso, sin pasar por el desierto, probablemente viviré de golpes y asaltos místicos, pero no será permanente, tal vez por no producirse una conversión profunda. En cambio, si aceptamos la invitación de Juan, haciendo nuestra la desnudez del desierto, que nos despoja de todo lo ajeno a Dios, nos convertimos de verdad, nos bautizamos, nos reconciliamos, y entonces sí que habrá paraíso para siempre. El cambio es más auténtico, porque volvemos a empezar, y nacemos de nuevo.

Que este adviento, no sea sólo un turismo interior, donde sólo vamos de visita, sino que hagamos lo posible por residir, con carácter permanente, en la Ciudad de Dios, a la cual se llega pasando por el desierto.

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