Sin patio

"Dios es Amor"
«Dios es Amor»

Juan  2, 13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio». Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura:  «El celo por tu Casa me consumirá».  Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?» Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar». Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero Él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que Él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
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«Vos sabés que el primer retablo que vi en México estaba en una iglesita en ruinas. Son obras de arte primitivo, pero arte. Me quedé deslumbrado; me explicaron que los retablos eran pagos de promesas. Me acerqué; era maravilloso, pero no me animé a robarlo. Será la infancia católica. Aunque el retablo no era muy santo que digamos. Porque decía: Gracias Virgen santísima porque cuando las tropas de Pancho Villa entraron a mi pueblo violaron a mi hermana y a mí no…»

Este texto es lo que Eduardo Galeano le contó a una chica mexicana que se acercó a saludarlo, mientras él era entrevistado para el diario La Nación (Publicado en la edición impresa, el martes 31 de diciembre de 2013). Tal vez, lo primero que podemos pensar, es que el único punto en común con el evangelio de hoy es que se habla de un templo, de una iglesita en ruinas, dado que lo acontecido en el relato de Juan, el evangelista, ocurre a las puertas del templo de Jerusalén.

Lo primero que podemos decir es que el evangélico de hoy es una declaración de intenciones, por parte de Jesús. Y (realmente me gustaría hacerlo por escrito) para nada nos puede servir como justificativo para un arranque de ira o rabia, por el cual todos podemos pasar. ¡Cuántas veces he escuchado que «si a Jesús le pasó lo de echar a los mercaderes del templo, a latigazos, cómo no me va a pasar a mí algo parecido! Nada más equivocado en la interpretación de la Palabra de Dios.

La reacción de Jesús no puede ser tan cierta, según se narra. Pensemos en la imagen de aquél momento. Miles de personas acercándose al templo. Recordemos que la Pascua Judía estaba próxima y muchos, extranjeros incluidos, iban a Jerusalén. Por lo tanto aquello estaba atestado también de guardias que vigilaban y evitaban cualquier disturbio. Todos los años pasaba lo mismo, entonces la seguridad que se disponía era grande. Como cuando hay un clásico de fútbol. River y Boca. Miles de policías para custodiar y evitar desorden. Pero, igualmente, podemos decir que el accionar de Jesús tiene que haber sido más que un simple discurso, aunque no pudiera echar a todos los cambistas y negociantes, con sus bueyes y palomas, fuera de aquél lugar.

Por otro lado, hay que saber que los que hacían negocio no estaban infringiendo la ley ni eran meros oportunistas. Todo aquello era necesario para llevar adelante el culto y los sacrificios. Incluso cambiar monedas, porque al templo sólo se podían ofrecer las monedas puras, acuñadas por el mismo templo, entonces era necesario, para los que llegaban, cambiar su dinero por el permitido.

Si seguimos, podríamos decir que Jesús cita al profeta Zacarías, que dice: «En aquel día se leerá en los cascabeles de los caballos: «consagrado a Yahvé», y serán las ollas de la casa de Yahvé como copas de aspersión delante del altar; y toda olla de Jerusalén y de Judá estará consagrada a Yahvé Sebaoth; y ya no habrá comerciante en la casa de Yahvé en aquel día» (Za 14, 20). Y se apoya en este texto para declarar lo que declara: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio».

Ya el profeta Zacarías había anunciado que en el tiempo mesiánico todo estaría imbuido de Dios y que no hacía falta que los utensilios tuvieran inscripción alguna, como sí tenían las cosas en el tiempo de Jesús, y que decían: «Consagrado a Yahvé». Es decir, el Mesías, Cristo, arremete contra todo esto que no debía funcionar de aquél modo. Por lo tanto está diciendo también que todo aquél que se acerque a Dios, no necesita de algo especial para dar validez a su culto, porque todo está consagrado a Dios y por Dios. Me pregunto entonces si hoy, de verdad, hemos entendido el mensaje de Jesús. ¿Acaso no parece que seguimos en el mismo esquema de aquél tiempo? ¿Será que nuestros templos y nuestros cultos siguen guardando unas formas parecidas y, de repente, hay quienes creen tener más «acceso a Dios» porque poseen tal o cual objeto que está bendecido? Y si la bendición viene del Papa, mucho mejor, como que vale más que cualquier otro que no lo está.

Jesús está diciendo que todo aquello es inútil y que no son más que barreras para llegar al Señor. Y debemos pensar si la distancia que sentimos que hay entre Dios y cada uno de nosotros, en ocasiones, no es fruto de pensar que hace falta una etiqueta, una inscripción de consagración, un aval, algo que nos diga que podemos llegar hasta él. Cuando en realidad el único requisito es querer y aceptar que Dios entre en nuestras vidas.

Todos estamos llamados a acercarnos a Dios. Y todos quiere decir todos. No debe existir ningún patio de los gentiles, como lo había en el templo de Jerusalén, del cual muchos no podían pasar, porque no eran dignos. Debemos recordar y hacernos conscientes de que nuestro acceso a Dios empieza en el corazón y ahí nadie debería gobernar, más que el mismo amor que Él puso en nosotros. Nada puede impedirnos llegar hasta el Señor.

Y si cité aquél fragmento de la entrevista a Eduardo Galeano, es porque lo que cuenta nos da una imagen de que, al final, mal o bien, correcta o incorrectamente, podemos llegar a Dios, aunque incluso parezca egoísta. Aquella inscripción pareciera que sólo versa sobre el bien propio y no tiene en cuenta el mal ajeno (la pobre hermana ultrajada), pero era una realidad y así lo expresa. Y es lo que debemos procurar. Llegar hasta nuestra salvación, incluso cuando lo hacemos desde nuestra limitación o vida alejada de Dios.

Sólo nos queda pensar en lo que Cristo dice acerca de la construcción del templo y lo que se refiere a su propia vida y cuerpo. Jesús es el nuevo templo y a él nos debemos. Ahí es donde tenemos que acudir, para hacernos uno con él, para que nuestras vidas puedan ser purificadas. Y lo podemos hacer cada vez que nos unimos desde el corazón con el mismo Jesús, a través de hacer lo más esencial es mensaje: Amar y dar la vida por los demás. Es templo de Jesús el que reemplaza cualquier otro templo.

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