Ser Uno

 

Dios uno y trino 2

Ciclo C – Domingo de la Santísima Trinidad

Juan 16, 12-15
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
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Poema de Lope de Vega

Leer y recordar este soneto de Lope de Vega nos puede llevar a un momento de reflexión, tal vez de oración. Y en particular, me parece que nos puede ayudar a pensar en la Santísima Trinidad. No porque se refiera a ella, sino porque creo que nos pone en el centro de lo que debemos entender de Dios y que Cristo nos ha revelado.

Tenemos el evangelio de Juan que nos presenta a Jesús anunciando el envío del Espíritu que nos introducirá en la verdad. Verdad por él revelada y que nos enseña quién es el Padre. Y tenemos este pasaje del Nuevo Testamento como fundamento bíblico, si queremos, de lo que significa la Santísima Trinidad. Y, a primera vista, me atrevo a decir que todo parece accesible y bastante comprensible. Distinto es cuando empezamos con las definiciones teológicas acerca de este gran misterio de Dios.

Sabemos que —definición de Catecismo— la Santísima Trinidad son tres persona distintas y un sólo Dios verdadero. Y comienzan “los quebraderos de cabeza”. Porque convengamos que, salvando a los bien entendidos de la teología, a los cristianos de a pie no nos resulta tan sencillo todo esto. Y digo que no nos resulta fácil, porque si bien podemos responder con la más elaborada de las definiciones, la comprensión de todo este misterio no es tan simple. No en vano podemos recordar aquella imagen de san Agustín que, mientras cavilaba acerca de la Trinidad, se encontró con un niño que quería meter toda el agua del mar en un hoyo que había hecho en la arena. Entonces, Agustín le dijo al pequeño que aquello era imposible; a lo que el niño le respondió que también era imposible que el santo pudiera, con su mente finita, comprender lo infinito de Dios.

Pero llegados a este punto creo que es mejor, no por buscar la vía más cómoda, sino por encontrar lo esencial, poner nuestra mirada en aquél poema de Lope de Vega y olvidarnos un poco de todas las categorías filosóficas y teológicas, que no hacen más que embotarnos la cabeza y la razón. Así podremos resaltar que estos versos nos enseñan lo incondicional, infinito y porfiado que es el amor de Dios y que, a pesar de ser rechazado, sigue esperando. Lo cual, desde nuestra humanidad y forma de amar, probablemente no lleguemos a entender completamente. Pero a medida que vayamos vivenciando ese amor de Dios, iremos comprendiendo qué es la Santísima Trinidad.

Ojalá confundiéramos más entre sí al Padre al Hijo y al Espíritu Santo, y dejáramos de hacer, de los tres, compartimentos estancos. Porque que en la práctica, tengo la impresión de que a Dios le pedimos, a Jesús nos dirigimos cuando hay que tratar temas de perdón y amor al prójimo y recurrimos al Espíritu Santo cuando queremos luz o inspiración. Y parece lógico que sea así, pero más lógico sería saber que el amor es uno y, por consiguiente, Dios es uno. Y es ese amor el que, en acto, nos hace saber más del Padre, del Hijo y del Espíritu.

Es que cuando somos capaces de amar, creando o recreando la dignidad de una persona, o levantando a quien está tirado, o buscando abrir caminos para otros por la senda del bien, entonces estamos vivenciando el amor de Dios y por ende comprendiendo quién es él. Bien podríamos volver a citar a San Agustín, diciendo: “Si quieres entender la Trinidad, aprende a practicar la caridad”.

¿Acaso seremos capaces de pasar, a la puerta, cubiertos de rocío, las noches del invierno oscuras, con tal de llegar a amar como ama Dios? Si la respuesta es sí, entonces habremos comprendido quién es Él y qué significa Dios uno y trino.

Eduardo Rodriguez