Ser Dios

Ser Dios, Ser Trinidad...
Ser Dios, Ser Trinidad…

Juan 16, 12-15
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.

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Luis puede llamar a su padre «protector», porque éste lo abrazó cuando aquél tenía miedo. También lo puede considerar un «amigo», porque se pone a jugar con él y no le importa perder con tal de que Luis esté contento. O puede pensar que su padre es «consejero», porque le advierte lo que es mejor para un niño que crece. Y estamos de acuerdo en que, a pesar de los tres nombres o categorías que el padre puede tener, no implica que sean tres personas distintas. Es un mismo y único padre. Y hoy, salvando las distancias, podríamos decir que nuestra relación con Dios Uno y Trino, es como la de este niño Luis con su papá.

Jesús, una vez más situado en el contexto de la última cena, le dice a sus discípulos que les va a enviar el Espíritu Santo para que terminen de entender y lleguen al conocimiento de la verdad absoluta, que es la que ha oído de parte del Padre y del Hijo. El Espíritu no habla de sí mismo, sino de lo que recibe de Dios.

Ahora toca definir la Trinidad: Tres personas distintas y un solo Dios verdadero. En resumen, sabemos lo que decimos e identificamos las tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es el creador, el Hijo es el salvador y el Espíritu Santo es quien revela e infunde vida de parte de Dios. Nadie debería decir que son tres dioses, como nadie diría que son tres padres los de Luis, el niño del ejemplo primero. Incluso explicamos que del amor entre el Padre y el Hijo surge el Espíritu Santo. Y esto, me parece, lo entendemos aunque cuesta hacerse a una idea acabada y perfecta de esta realidad divina. Es parte del misterio de nuestra fe. Aquello en lo que creemos aun sin haber visto.

En nuestro caso, para dar un paso más en la comprensión del Dios Uno y Trino, tal vez lo mejor sea comportarnos de tal modo que se haga verdad, en y entre nosotros, eso que Dios es y desea. Entonces nos toca hacer el papel de Luis, el niño con su padre que es protector, amigo y consejero. Es de esperar que aquél chico termine actuando igual que quien lo educa y, tal vez, ser amigo, consejero y protector de sus propios hijos. De este modo, si decimos que nuestro Dios es un Dios creador, salvador y maestro, entonces será eso lo que tenemos que poner en práctica. Así la Trinidad no será sólo una explicación teológica de la realidad de Dios, sino una verdad auténtica y palpable.

Nos toca volvernos “creadores”. En este caso, deberemos aprender del Padre del cielo y también sumar a la creación. No vamos a hacer un animal de la nada, o a poner una estrella nueva en el firmamento, pero seguro que cuando sostenemos la mano, le damos de comer o infundimos esperanza a alguien, nos volvemos co-creadores con Dios. Si en cambio nos ocupamos sólo de nosotros mismos, más bien nos volvemos estériles.

Y si tenemos que ser “salvadores”, veremos que el desafío es grande. Pero creo que podemos salvar vidas cuando perdonamos a alguien de corazón, cuando damos de comer a un hambriento o vestimos al desnudo. Somos salvadores cuando en ocasiones llegamos a olvidarnos de nosotros y damos todo lo que somos, con tal de que otros vivan. De esto, los padres, que lo dan todo por sus hijos, saben mucho. O cuando somos capaces de llevar adelante buenos ideales, por un bien común, aunque eso implique hipotecar la existencia, somos salvadores. Así lo hizo Jesús.

Por último, tendremos que ser “maestros”. Hay que transmitir lo bueno que hemos aprendido de parte de Dios. Y si él nos enseña que hay que amar, lo cual se aprende al experimentar su amor, es lo que tenemos que hacer y enseñar a los demás.

Todo esto requiere de algo imprescindible: Dejarse conducir por el Espíritu de la Verdad. Ese que Jesús promete hoy en el evangelio. Y para eso tendremos que tener una actitud de humildad, disponibilidad y comunión profunda con Dios. Hay que estar abiertos a lo que el Espíritu nos vaya soplando. De este modo veremos cómo el Espíritu, Dios mismo, nos arranca y nos saca de una religiosidad convencional y acomodada, para vivir la espiritualidad del Dios Uno y Trino que tiene una característica inconfundible: La unidad. Porque cuando me vuelvo creador, salvador o maestro, me hago uno con lo creado, lo salvado y el aprendiz. Así lo hace Dios con nosotros. Y es el modo de volvernos Trinitarios.

Podemos preguntarnos lo siguiente: ¿Qué tanto me parezco al Dios Uno y Trino? ¿Cuánto tengo de creador, salvador y maestro? ¿Soy capaz de escuchar la Verdad de Dios dicha por el Espíritu?

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