Las cenizas del error

Las cenizas del error

Ciclo A – Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

Mateo 21, 28-32
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: «Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña». Él respondió: «No quiero». Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y éste le respondió: «Voy, Señor», pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre? » «El primero», le respondieron. Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él».
____________

«El verdadero triunfo de un hombre surge de las cenizas del error». 

Esta es una frase de Pablo Neruda, el gran poeta chileno. Y, al menos a mí, no me puede parece más adecuada de lo que es para el evangelio de este domingo.

Tenemos a Jesús que habla frente a los ancianos y sacerdotes y, me atrevo a decir, llega casi a insultarlos. No porque utilice palabras ofensivas contra ellos, sino porque deja por los suelos todas sus seguridades y argumentos al decir que, antes que ellos, llegarán primero al Reino de Dios las prostitutas y los publicanos.

La parábola que presenta Cristo es clara y muy fácil de comprender. El que hace la voluntad del padre, de Dios, ese es verdadero hijo. El que no cumple lo que el padre pide, ese no es hijo. Tanto para Jesús como para quienes escuchan, la verdadera filiación se da cuando el hijo hace todo lo que el padre pide. Pero con el ejemplo puesto, se da un salto hacia una profundización y mejor entendimiento de lo que Dios propone al ser humano. No vale la afirmación y ejecución fría o mecánica de las leyes y actos religiosos, sino una verdadera transformación del corazón. De nade sirven los preceptos o normas si sólo nos dejan anclados en un mero cumplimiento de formas y acciones que en nada se condicen con nuestro sentir y convencimiento.

A lo largo de los siglos se fue forjando una manera de entender la religión y la vida de fe, que puede no ser la correcta. Todo basado en la siempre impuesta y cristiana perfección inalcanzable y nuestra forma de ver cómo llegar a esa excelencia. Un religioso que, a las 23:45, comienza a rezar lo correspondiente a ese día en la liturgia de las horas, y después de las 00:00 horas continúa rezando lo del día siguiente, ha cumplido con la norma y el mandato. Pero, a mi entender, no me queda claro si lo ha hecho convencido de que la oración es fundamental en la vida espiritual o simplemente para calmar su conciencia y saber que no ha fallado en «su obligación». Lo mismo le pasa a cualquier cristiano que suelta una limosna a aquél que le incomoda con su mendicidad, para quitárselo de en medio. ¿Lo hizo convencido de la misericordia y la solidaridad de ayudar al necesitado o para «hacer caridad» y quedarse tranquilo por haber cumplido?

Creo que al citar a Pablo Neruda, diciendo: «El verdadero triunfo de un hombre surge de las cenizas del error», nos podemos situar en el foco de atención que Jesús nos señala este domingo. Es que no está en el no equivocarse para entonces entender que agradamos a Dios, sino en el no dejar de reconocer nuestras limitaciones y errores, pudiendo rectificar nuestros caminos, para ser mejores.

No está en la apariencia de un perfecto cumplimiento de lo que entendemos que es voluntad de Dios (el sí voy, pero después no, que nos cuenta el evangelio), que aún habiendo dado una negativa, finalmente descubrir que el mejor camino es hacer lo que el Padre pide y hacerlo.

Nadie puede levantar el estandarte de la perfección absoluta. En cambio sí podemos afirmar que somos limitados y que cometemos errores. Y desde ahí, desde las cenizas del error, saber que podemos volver a intentar y ser mejores personas y mejores hijos de Dios. ¿Desde dónde tenemos que resurgir para terminar precediendo a todos los “perfectos” en el Reino de Dios? Habrá que empezar por la humildad de reconocer los errores cometidos.

Eduardo Rodriguez