La otra última cena

Lucas 24, 35-48
Los discípulos, que retornaron de Emaús a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes».
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Porqué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que Yo tengo». Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer? » Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; Él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, Yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos». Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto».

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Cuando me encontré con el evangelio de este domingo, se me vino a la cabeza lo que las productoras de cine hacen: Sacan una segunda versión de cualquier éxito taquillero. A veces, es tan buena la película que uno se queda con ganas de más. Y, por supuesto, los que se dedican a la industria cinematográfica saben de nuestros gustos y procuran sacar el mayor provecho a los éxitos de la pantalla grande. Aquí es cuando empezamos a hablar de cine comercial y no comercial. Por supuesto, prácticamente todos somos, en mayor o menor medida, víctimas del primero. Y, escuchada la palabra de Dios, digo que la lectura de Lucas es como «La última cena 2», aunque más me inclino por llamarle «La otra última cena». Pero tal vez deberíamos hablar de la continuación de aquel banquete bendito.

Todos recordamos cómo Jesús vivió aquella pascua, previa a su pasión. Especialmente porque el jueves santo celebramos la institución de la Eucaristía, donde él nos revela cómo se queda para siempre con nosotros: En el pan y en el vino, presencia real y viva de Dios. Él dice: Esto es mi cuerpo… esta es mi sangre. Pero qué entendieron los comensales, aquella noche, no se sabe bien. Aunque seguramente no fue fácil para los apóstoles comprender todo lo que Cristo estaba anunciando. Es así que, con el evangelio de este domingo, tenemos la revelación final donde aquellos entendieron, aceptaron y creyeron, para luego salir a anunciar la verdad de Dios.

Y pensando en esta especie de continuación de la saga divina, en una suerte de diálogo inventado, se me ocurre que Jesús les habló del siguiente modo:

–¡La paz esté con ustedes! ¡No, no se asusten! Soy yo, Jesús. Cleofás, ¿No te acuerdas cuando camino a Emaús me reconociste? Eso es lo que les estabas contando a los demás, antes de que yo llegara, ¿Verdad? ¡Soy yo!

–¿Jesús?

–¡Sí, Santiago! ¡Soy yo! No soy ningún fantasma. Miren mis manos, y mis pies. Tóquenme y vean. ¡Vengan, sin miedo!

–¡Es verdad! ¡Señor mío y Dios mío! –dijo Tomás, y se echó a reír de alegría y de nervios–.

–¿Acaso nos les conté acerca de esto, la última vez que cenamos juntos? –siguió Jesús– ¿En qué estaban pensando? Ya se los había anunciado. Bueno, no importa, esta vez se los explico con mayor claridad. Pero vamos a sentarnos y a comer algo. ¿Hay pescado asado? ¡Ah, qué rico!

¡Eh! ¡Cambien esa cara! Vamos a cenar y les explico todo de nuevo…

Que esto es divagar un poco, puede ser, pero estarán de acuerdo conmigo en que, hoy Cristo les revela, en persona, lo que él les anunció en la última cena. Él dice: Éstas son mis manos, éstos son mis pies, tóquenme y vean. ¿Acaso no les recuerda el “esto es mi cuerpo.. esta es mi sangre, de la última cena? Les está enseñando aquello en lo que se convirtió después de resucitado: Su cuerpo glorioso y real, al mismo tiempo. Es como terminar de revelar lo que son el pan y el vino, su cuerpo y su sangre. Y todo esto para que terminen de entender y salgan a anunciar quién es Dios. Que es vida infinita. alegría y paz para todos.

Todo esto fue necesario en aquél momento. Los discípulos necesitaron ver y tocar para terminar de entender. Creo que de otra forma no estaríamos aquí, creyendo lo que creemos. Y si para aquellos fue imprescindible lo que nos cuenta hoy la palabra de Dios, para nosotros también es fundamental. Está bien que todo este relato nos cuenta y recuerda cómo sucedieron las cosas al principio, pero también es preciso que nos las cuenten una vez más, a ver si se nos abre el entendimiento y podemos aceptar en el corazón, no sólo con la cabeza, qué tipo de vida nos ofrece Dios.

Entonces sí, aunque todavía nos haga falta ver y tocar y que Jesús nos vuelva a explicar todo, podremos por fin ser testigos de la verdadera vida en Dios. Y esto significa que nos tenemos que convertir en resucitados. Y es que a la Iglesia, que somos todos nosotros, le hace falta revelar al Cristo vivo después de la muerte, para que otros dejen de tener miedo y no crean que están viendo espíritus, o fantasmas, y así les vuelva la alegría, la paz y la esperanza. En éstos últimos dos siglos no apareció Jesús mostrando las marcas de los clavos y su costado, pero sí, desde las primeras comunidades cristianas, se encargaron de transmitir esta gran verdad de Dios. Ésta es nuestra época y, si aceptamos, somos nosotros los que tenemos que revelar a Cristo.

Hay muchos que necesitan ver y tocar para poder creer, y es misión nuestra, de la Iglesia, ser ese Cristo que se presenta delante de algunos, que come con los que se sienten perdidos y desorientados y les explica todo desde el principio, para que la paz y la alegría de Dios llegue hasta ellos.

Hace falta que se ponga en escena, nuevamente, este gran estreno: Jesús resucitado, comiendo con los suyos.

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