Kung Fu Panda

Kung Fu Cristiano
Kung Fu Cristiano

Lucas 3, 15-16. 21-22
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan Bautista no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego».
Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».
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Una película de animación muy divertida es Kung Fu Panda. Es lo que me vino a la memoria después de un tiempo pensando en el evangelio de este domingo. Por supuesto no quiero comparar el bautismo de Jesús con la vida Po, el panda gordo y torpe que resulta ser el Guerrero del Dragón. En principio, nada tienen que ver uno con otro, pero sí me interesa rescatar esta historia porque, tal vez, nos sirva para la reflexión de este domingo.

Po, un entusiasta de las artes marciales y admirador de los Cinco Furiosos, guerreros del Kung Fu, no pasaba de ser uno más del montón, pero resulta que luego es quien salva el Valle de la Paz, donde vive con su padre y sus amigos.

Hoy nos encontramos con Juan el Bautista. Él es quien predica a la gente que cambien de vida y se bauticen porque les está por llegar la salvación y hay que estar bien preparados para poder recibirla. De pronto se ve bautizando a su primo, a quien había precedido y anunciado, y no se siente digno de ello. Y, al terminar de derramar agua sobre Jesús, se escucha una voz en el cielo que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección». A partir de ahí el Nazareno comienza su vida pública y sucede todo lo que sabemos de él, para bien nuestro.

Aquí es donde entramos en juego nosotros que, al mismo tiempo, somos espectadores y protagonistas. Espectadores porque damos fe de esto que nos dice la Palabra de Dios. Y protagonistas porque, al estar bautizados, tomamos parte en toda esta historia de salvación. Este compromiso, muchos dirán, no recordamos bien cuándo lo hicimos. Y si hablamos de bautismo, por lo general, fueron nuestros padres quienes se comprometieron en nuestro nombre. Pero lo cierto es que contemplamos el bautismo de Cristo que, podríamos argumentar, tiene mucho que ver con el nuestro. Aquél, con Juan de testigo, suscitó que el cielo se abriera y Dios Padre hablara. El nuestro también hizo que el cielo se pronunciara, descendiendo sobre nosotros el Espíritu Santo y haciéndonos hijos del Señor.

Ante esta escena, podemos reconocer que se deja bien clara la predilección de Dios por su hijo, lo cual vuelve a repetirse con nosotros. Es que me parece que no nos equivocamos si pensamos que el mismo Padre del cielo vuelve a repetir, con cada uno de nosotros al ser bautizados: Este es mi hijo, mi hija, muy queridos, en quien tengo puesta mi predilección. Luego nuestra vida, eso lo sabe cada uno, se corresponde, o no, con esa predilección y amor.

Y, si me permiten volver a la película antes citada, vemos que este oso panda tiene la «bendición y el privilegio» de ser quien encarna los poderes del Guerrero del Dragón. Nadie más posee esta especial designación y responsabilidad de asumir su condición y hacer aquello a lo que está llamado. En el caso de Jesús, que también es predilecto y amado, vemos que asume y lleva adelante su misión: Nos abre las puertas del cielo. Y en nuestro caso, que somos igual de correspondidos con amor y privilegio divino, tendremos que ver cuál es el desenlace.

Este domingo, contemplar el bautismo de Jesús tiene, por qué no, que llevarnos a recordar nuestra condición de bautizados, hacernos conscientes del amor y elección que Dios tiene y hace por nosotros, y asumir, si así lo decidimos, nuestra encomienda: Amar como Cristo nos enseñó a amar y ser capaces de dar la propia vida para que otros tengan vida.

¿Cuál es nuestra decisión? ¿Salvaremos este Valle de Paz, un poco desdibujado en estos tiempos, que nos regaló el Señor? Jesús hizo lo que debía. Ahora nos toca a nosotros hacernos cargo de esta gran responsabilidad, con ayuda del Espíritu Santo: Ser canales de vida nueva, de vida en y con Dios.

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