Esperar

esperar

Ciclo A – Domingo III Adviento

Mateo 11, 2-11
Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? ». Jesús les respondió «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquél para quien Yo no sea motivo de tropiezo! ». Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: «¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquél de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino”. Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él».
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La imaginación y el amor podrían transformar el universo en el espacio de un segundo, si verdaderamente lo quisieran. El paraíso está aquí.

Contando con esta frase de Jorge Luis Borges, me atrevo a decir que, estando en el tercer domingo de adviento, seguimos preparándonos y esperando la Navidad. Ese es el objetivo del Adviento: La espera y la preparación. Pero, en términos generales, casi siempre estamos transitando este estado de espera, no sólo en adviento. Y se me ocurre que desde hace tiempo esperamos. ¿Qué cosas? Ganar la lotería, cambiar el coche, reconciliarnos con alguien, que nos inviten a salir, una novia o un novio, terminar un trabajo que tenemos entre manos, que lleguen las vacaciones, festejar navidad, que se pasen las fiestas, esperamos que los chicos no pidan muchos regalos, tal vez tener un hijo, terminar la carrera, poder viajar, que nos podamos juntar en familia, hacer nuevos amigos, ver a alguien, superar alguna dificultad, curarnos de algo, escribir un libro, que no haya corrupción, que la delincuencia baje, que nadie pase hambre, que la economía vaya mejor, que seamos, por fin, más generosos y menos egoístas. Y así podríamos sumar esperas.

Queramos o no, estamos expectantes de muchas cosas, por tanto, la espera no es extraña para nosotros. Lo mismo le pasó a Juan el Bautista. Él esperaba que Jesús fuera el Mesías, y espera las noticias de quienes van a interrogar a Cristo. También esperaba, seguramente, la muerte. Lo curioso aquí es que él envíe a preguntar a Jesús si era el Mesías. ¿Acaso no lo había estado anunciando ya desde que bautizaba en el Jordán?

Por otro lado, la respuesta que recibe no tiene que ver, directamente, con la pregunta hecha. Jesús no le dice, por ejemplo: Sí, díganle a Juan que yo soy el Mesías. Sabemos que Cristo cita a Isaías y el mensaje para el Bautista es que los ciegos ven, que los muertos resucitan y que los sordos oyen. Le responde con lo que convence a cualquiera.

Y, seguramente, esos hechos decían que la espera se había acabado. Sin embargo, muchos en aquél momento, y hoy también, seguimos esperando. No porque no creamos en los hechos de Jesús, sino porque seguimos necesitando de Dios y del Mesías. Pero resulta que, tal vez, estamos esperando a Cristo y su gran manifestación en nuestras vidas, cuando, al mismo tiempo, se nos pasan por alto muchas de las formas suaves, tranquilas como una brisa, que tiene Dios de acercarse y hablarnos y decirnos que él ya está, aquí y ahora, con nosotros. Bien podríamos decir que no sólo en Navidad se manifiesta el Señor. Lo hace todo el tiempo, y depende de nosotros el hacer que la espera deje de ser tal para hacerse realidad.

Aquella frase de Borges nos dice que la imaginación y el amor podrían transformar el universo si quisieran, y es que eso mismo lo podemos suscitar ahora. Porque somos quienes tenemos que imaginar y amar para transformar el mundo. Sería el signo más claro y patente de que verdaderamente Dios ha llegado y ha nacido en nuestras vidas. Bien podríamos preguntarnos: ¿Qué hechos son los que dicen hoy, a la humanidad, que el Mesías ha llegado? Ahí es donde estamos implicados, o deberíamos estarlo, por ser cristianos e hijos de Dios. Así podríamos afirmar que «el paraíso está aquí».

Cada vez que amamos a alguien, o ayudamos a quien está caído o desvalido, estamos dando signos, desde la fe, de que el Mesías ha llegado. Cada vez que pensamos más en el prójimo que en nosotros mismos, entonces afirmamos que Jesús es a quien debíamos esperar. Cada vez que damos de comer al hambriento, aseguramos que la espera ya no tiene sentido, porque el paraíso, el Reino de Dios, ya está aquí.

No sólo en Navidad, sino todo el año, la espera puede desaparecer, cuando reconocemos que Dios está vivo y presente en cada acto de amor del que podemos ser protagonistas.

Eduardo Rodriguez