Doy fe

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Ciclo A – Domingo II Tiempo Ordinario

Juan 1, 29-34
Juan Bautista vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A El me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que Él fuera manifestado a Israel». Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquél sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre Él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo». Yo lo he visto y doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios».
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“[…] me dispongo a dejar constancia sobre este pergamino de los hechos asombrosos y terribles que me fue dado presenciar en mi juventud, repitiendo verbatim cuanto vi y oí, y sin aventurar interpretación alguna, para dejar, en cierto modo, a los que vengan después (si es que antes no llega el Anticristo) signos de signos, sobre los que pueda ejercerse la plegaria del desciframiento”.

Es un fragmento del prólogo de “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco. Es lo que me vino a la memoria por lo que nos cuenta el evangelio de Juan. Este, tal vez, no hace una declaración de intenciones tan explícita como la que leemos en el texto citado, pero sí creo que comparten un mismo espíritu en su propósito.

Hoy nos encontramos con un gran anuncio por parte de Juan el Bautista. Nos dice claramente que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y hace referencia a lo que él mismo había anunciado con anterioridad. Es decir, da testimonio de lo que vio y de quién es el nazareno. Nosotros, por supuesto, hemos aceptado, de un modo muy natural, toda esta afirmación, aunque pudiéramos no haber entendido el significado profundo de lo que dijo Juan. Esto lo sabemos, así nos lo han enseñado, pero no sé si lo hemos aprehendido por completo.

En la actualidad estamos inundados de información. Hay muchísimos medios por los que recibimos noticias y novedades. Por decir algunos de mayor influencia, tenemos la radio, la televisión e internet. En este último incluimos las siempre-presente redes sociales. Y en más de una ocasión damos total credibilidad a lo que nos cuentan por el simple hecho de que “está en internet”. Es que si está ahí ya casi no cabe duda de la veracidad de lo afirmado. Si nos cuentan que algo sucedió y hay testigos, pues entonces ya no cabe duda alguna. Y lo mismo, salvando las distancias, pasó en el tiempo de Jesús. No existían todos estos medios, pero la palabra de algunos, especialmente los profetas, era tenida como fuente de verdad. Y en este caso Juan hizo lo propio, anunciando y dando testimonio de quién venía para darnos una vida nueva, en el Espíritu.

Así lo creyeron quienes después confirmaron, en persona, que verdaderamente Jesús era el Hijo de Dios y que venía para salvarnos. Lo siguiente, entonces, es preguntarnos: En nuestra época, ¿quién es el Bautista de turno? ¿A quién le toca seguir anunciando y dando testimonio de que Cristo es el Mesías?

Algunos podrán decir que son los curas y las monjas los que tienen el deber de anunciar y dar testimonio. Otros, con mentalidad más amplia y más verdad, afirmarán que somos todos los bautizados quienes debemos seguir dando testimonio y diciendo que verdaderamente aquél hombre es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y claro que este anuncio se hace, aunque no sé si todos los cristianos de a pie nos lo tomamos en serio.

Antes les contaba lo del libro de Umberto Eco, porque quien narra lo escrito no dice algo que le contaron, sino algo que le tocó vivir y eso le da credibilidad. Lo mismo pasa con Juan el Bautista, que cuenta y afirma aquello que vio y oyó. Y nosotros deberíamos correr con la misma suerte. Tendríamos que poder hablar como narrador presencial, o narrador testigo, de aquello que sucedió, para que otros también crean. Y claro que en buena lógica podemos pensar que no tuvimos la suerte de Juan, ni la de los apóstoles, de haber convivido con Jesús, pero es nuestra comunión con el Espíritu de Dios en nosotros y nuestra fe, los que deberían dar razón de nuestro testimonio.

En definitiva, tenemos que ser testigos de quién es Dios y qué hace en nuestras vidas, porque hemos experimentado, en carne propia, su amor. No podemos decir y afirmar lo que otros dicen y cuentan. En cuestiones de fe y de divinidad no vale hablar por boca de otro. Sólo convence aquello que se cuenta como experiencia de vida. Será entonces la falta de vivencia de Dios, en nuestros días, la razón por la cual, cada vez más, son los que no encuentran en él la felicidad.

¿Qué testimoniamos? ¿De qué habla nuestra boca de cristianos? ¿Cuál es la razón más profunda que tenemos para creer en Dios? Y todo esto, ¿se lo contamos a los demás?

Juan el Bautista, somos todos.

Eduardo Rodriguez