Dos mundos

Cruzamos o nos quedamos donde estamos...
Cruzamos o nos quedamos donde estamos…

Juan 6, 24-35
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?» Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es Él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello». Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en Aquél que Él ha enviado». Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Les dio de comer el pan bajado del cielo»». Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo». Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les respondió: « Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed».
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Hace poco leí un cuento que decía lo siguiente:

Dizque dicen que hoy es el Día de san Pedro, y dicen que él tiene las llaves del Cielo.
Vaya uno a saber.
Fuentes bien informadas aseguran que el Cielo y el Infierno son nada más que dos nombres del mundo, y cada uno de nosotros los lleva adentro.© 
 

Esto me ha he hecho pensar mucho, como lo hacen otros cuentos que leo, por afición o por casualidad, como es el caso de este que les acabo de contar. No pretendo aquí hacer una digresión, con respecto a lo que nos ocupa el evangelio de hoy, ni siquiera entrar a valorar el sentido y o veracidad de lo que dice este corto literario, pero sí creo que nos puede ayudar a pensar lo que hoy nos dice Jesús a través de lo que el evangelista san Juan nos cuenta.

La multitud sigue presente y le reclama a Cristo que se ha ido sin avisar. Éste, que sabe bien cómo viene la mano, les contesta: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse…». Más claro imposible. Deja en evidencia el interés que estas personas tienen. Nos pasaría algo parecido si nos ofrecieran comer sin tener que trabajar. ¿Nos negaríamos a eso? (no sé a qué lugar me recuerda esto). Estas personas, según Cristo, se han quedado admirados por la manera en que fueron alimentados, pero no supieron ver más allá de lo evidente. Y si perdían de vista a Jesús, perdían de vista el alimento fácil y seguro. Me parece que este podría ser uno de los mundos que nombrábamos al principio. No vamos a ponerle ningún nombre en especial, sino que es una manera estar y de vivir. Buscar lo que a mí me interesa y me hace bien, aquí y ahora. ¿Y después qué? Ya veremos.

Sin embargo, según nos cuenta el evangelio, Jesús no se queda en el mero reproche, sino que se detiene a explicar el verdadero sentido de las cosas, y en especial el por qué del signo que hizo antes con ellos, cuando les dio de comer. Él agrega: «Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es Él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello». Como si les dijera: «No sean tontos, no se queden sólo con que les puedo llenar la panza, sino que en esto hay mucho más de lo que han experimentado. Estoy para darles una vida nueva y se conforman con poco. Puedo mucho más que multiplicar el pan. Es al mismo Dios al que pueden tener, pero se lo tienen que ganar». Este podría ser el otro de los mundos posibles.

Estas personas, que pensaban que habían encontrado la solución a sus problemas, se dan cuenta de que existe mucho de lo visto hasta ese momento, y se encuentran en una disyuntiva: Conformarse con lo que buscaban o lanzarse en busca de ese otro pan que Jesús les ofrece. Y a nosotros, me parece, nos pasa más o menos lo mismo. También tenemos hambre. Y eso se traduce muchas veces en insatisfacciones, frustraciones, tristezas, sin sentido, desesperanza. Es así que podríamos preguntarnos: ¿Qué es lo que buscamos? ¿Qué queremos para nosotros? Es importante la respuesta, de ella depende la decisión que tomemos: O sólo nos conformamos con el milagro del pan multiplicado, es decir, con aquellas cosas que nos dan cierta satisfacción, aunque después vuelva a aparecer la hambruna, o nos decidimos a buscar algo que llene de verdad y por fin nos haga dejar el mendigar felicidad en cualquier kiosco que la ofrezca.

El conformarnos con el milagro del pan que satisface por un tiempo, aquellas cosas que parecen darnos todo, pero que al final se quedan en nada, bien podría ser el mundo llamado infierno, el del cuento. No porque esté lleno de llamas y dolores, sin porque al final nos quedamos igual de insatisfechos. Siempre con hambre y faltos de una felicidad duradera. En cambio, si nos lanzamos a buscar ese otro mundo que llaman cielo, seguro que vamos a estar mucho mejor, porque no se acaba, porque no volveremos a tener hambre.

Esta felicidad sólo la puede dar Dios. No hay que confundirse. Lo que pasa, tal vez, es que dentro de nosotros tenemos una mezcla grande de sueños y sentimientos encontrados. Deseamos tener ese pan que quita el hambre para siempre, pero se nos antojan otros que parecen más sabrosos, pero que se quedan eso, en apariencia. Y para descubrir cuál es el mejor, hay que trabajar, como dice Jesús. Para empezar, tal vez tengamos que hacer, al menos, lo que hicieron aquellos que notaron la ausencia de Cristo: Subirse a las barcas y cruzar a la otra orilla, en busca del Mesías recién encontrado. Es así que nosotros tenemos que decir si nos subimos a las barcas y cruzamos a la otra orilla, o si nos quedamos de este lado. Nos afincamos en ese mundo llamado «no-cielo», o si vamos en busca del otro llamado «Dios».

Aquí es bueno, entonces, preguntarse: ¿Qué cosas me retienen en este lado del lago? ¿Qué me impide cruzar hasta la otros orilla? ¿Por qué dilatar los días, las semanas, los meses, los años antes de cruzar? Sí, sí, al otro lado está Jesús, está el cielo, pero ya voy a ir –nos decimos en más de una ocasión–. Claro que quiero a Dios, cómo no voy desear estar con él para siempre –continuamos– pero todavía no lo siento, tengo que cambiar muchas cosas, para no ser incoherente y entonces voy a ir. Tal vez vez hace falta cruzar para poder cambiar por fin.

Dos mundos, dentro de nosotros, o mejor, dos opciones y una sola elección. Estaremos en camino al mundo feliz cuando nos decidamos, con todas sus consecuencias, a realizar la obra de Dios, como nos lo propone Cristo: Creer en el que Dios ha enviado, y eso se hace cuando nos hacemos uno con él mismo, al recibir el pan de la Eucaristía. Y si quiero no perderlo, entonces tendré que esforzarme por ello. Nosotros decidimos, él ya nos ha invitado. ¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos  en el mundo de las felicidades pasajeras o vamos en busca de el de la felicidad eterna?

©El más acá, cuento de Eduardo Galeano, en Los hijos de los días, ed. Siglo Veintiuno.

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