Detenerse y tocar

Jesús cura a Malco

Ciclo C – Domingo X Tiempo Ordinario

Lucas 7, 11-17
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, Yo te lo ordeno, levántate». El muerto se incorporó y empezó a hablar. y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo».
El rumor de lo Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
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“En los momentos límite, sólo hay dos partidos: El de la humanidad y el de la inhumanidad”.

Esta es una frase de Albert Camus, novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista francés nacido en Argelia. Y si bien la frase puede llevar el pensamiento en distintas direcciones, creo que nos ayuda a pensar en lo que creo que es fundamental en el evangelio de este domingo.

Tenemos a Jesús que devuelve la vida al hijo de aquella viuda. Y si bien podemos imaginar el gran bien que le hizo a aquella mujer, tendríamos que añadir que Cristo ayuda a alguien que formaba parte de las más desamparadas de la época. Por supuesto, hoy también haría mucho bien a una viuda o a cualquiera que haya perdido a un ser querido, más aún cuando se trata de un hijo o una hija. Creo que todos celebramos la felicidad que aquella madre habrá sentido al recuperar a su único hijo.

Pero pensemos un momento en las imágenes que se desprenden de este evangelio. La primera de ellas, podríamos decir, es la del gentío que lleva el féretro. Me atrevo a decir que aquellos ayudaban a la viuda a cargar el dolor de la pérdida. Y claro que es la forma más gráfica y humana de sostener a quien sufre; es lo menos que podemos hacer, si nos toca de cerca una situación parecida a la del evangelio. Bien cabe concluir que de aquí deberíamos aprender que tenemos que ayudar a los demás a cargar sus penas y angustias. Es una cuestión de humanidad el saber consolar a quien lo necesita, pero también es una cuestión de amor al prójimo, que es lo que aprendemos de Dios. De hecho, nos hace mucho bien cuando alguien nos ayuda a nosotros.

Como segunda imagen, destacamos el que Jesús no es indiferente a lo que ve. Podría haber dicho que tenía que hacer cosas más importantes. Al fin y al cabo sabemos que, aunque es algo doloroso y no querido por nadie, la gente se muere y ante eso no podemos oponer resistencia. Le podría haber dado el pésame y dejar que todo discurriera como venía siendo. Sin embargo se interesa y toma partido por la situación. Y esto me hace pensar en cómo reaccionamos ante las circunstancias de dolor o sufrimiento que nos toca ver pasar a nuestro lado. ¿Estamos demasiado ocupados para invertir tiempo con alguien que lo está pasando mal o tiene dificultades? ¿Nos justificamos diciendo: “Bueno, todo el mundo tiene problemas, que se las arregle como pueda”? Y aquí creo que es bueno que pensemos más allá de un funeral.

En tercer lugar, encontramos el punto más interesante. Dice el evangelio: «se acercó y tocó el féretro». Y creo que no es un gesto más, sino que nos revela quién es Dios y cómo actúa. Para resumir, me atrevo a decir que Jesús es quien puede ver nuestra mayor miseria, nuestros lugares más oscuros y hasta malolientes y detenerse y tocar lo que más nos duele, para sacarnos de allí y devolvernos a la vida.

Antes citaba a Albert Camus, con su tomar partido por la humanidad o la inhumanidad, ante las situaciones limite, y es lo que hace Cristo. Siempre toma partido por lo más humano, y eso mismo, no sé si lo terminamos de entender. Es que tengo la impresión de que, a veces, nos duele más que se nos muera un perrito, o que esté lleno de sarna y tirado en la calle, por poner un ejemplo, y no tanto que se mueran de hambre muchos niños, que están llenos de todo, menos de comida, amor o alegría. No digo que no tengamos corazón, o que no hacemos nada por los más necesitados, pero todavía hay alrededor de 795 millones de personas en el mundo que no tienen suficientes alimentos, para llevar una vida saludable y activa. Eso es casi uno de cada nueve personas en la tierra; según datos del Programa Mundial de Alimentos.

¿Qué hemos aprendido de Jesús? ¿Sólo sabemos pedirle milagros?

Es hora de detenernos, de tocar y curar el dolor de las personas. Es la única forma de volvernos más humanos y de Dios, al mismo tiempo.

Eduardo Rodriguez