Cómodo

Mateo 8, 28-34
Cuando Jesús llegó a la otra orilla del lago, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?”. A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios suplicaron a Jesús: “Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara”. Él les dijo: “Vayan”. Ellos salieron y entraron en los cerdos: éstos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron. Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.
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La primera imagen que me vino a la cabeza, después de leer el evangelio de este miércoles 4 de julio, fue la piara de cerdos cayendo por el acantilado. Tiene que haber sido un espectáculo único; eso, sin contar con la cara de poker que les habrá quedado a todos los testigos de tal escena. Pero lo que me generó más desconcierto fue el ruego de los habitantes de aquella ciudad: Pidieron a Jesús que se fuera de su territorio. ¿Por qué esa reacción? ¿Acaso, El Nazareno, no había hecho algo bueno, liberando a los endemoniados?
Una de las explicaciones posibles es pensar que tuvieron miedo. Temor por ver algo que superaba todas sus expectativas. A lo mejor fue pavor al poder que demostraba Jesús, y que hasta ese momento no habían visto en nadie. O simplemente porque pensaron que Cristo sería el jefe de los demonios, y por lo tanto tenía autoridad para mandar a los otros a que se lanzaran al mar. Aunque, a decir verdad, creo que todo fue por comodidad.
Hay ocasiones en las cuales, a pesar de las ofertas que nos puedan hacer, preferimos quedarnos como estamos. ¿Por qué? Hay varias respuestas posibles, y frases hechas: «Más vale malo que conocido que bueno por conocer», «Cuando la limosna es grande hasta el santo desconfía», «Mejor solo que mal acompañado», «Buey solo bien se lame». Creo que la idea es clara: Cuando vienen y rompen nuestro espacio, nuestros modos, costumbres y rutinas, a veces, no gusta mucho y nos rebelamos, interior y/o exteriormente.
Entonces, se me ocurría que hoy, Jesús, viene a ofrecer un nuevo orden, una nueva manera de vivir, que rompe con la forma de vida de los ciudadanos de esta historia, y eso, a pesar de que es bueno, como podemos deducir de lo que nos cuenta el evangelio, no es bien recibido. Y es que, para bien y para mal, muchas veces tenemos una existencia, a la cual estamos acostumbrados y nos encontramos cómodos así como estamos. Y, tal vez, propuestas nuevas ya no caben en nuestros esquemas.
Poniéndonos del lado de los buenos, y teniendo en cuenta nuestra modo de ser cristianos, creo que a veces podemos estar muy cómodos en nuestra forma de seguir a Jesús y de ser miembros de su Iglesia. Vamos a misa, cumplimos con los preceptos, hacemos, puntualmente, nuestra obra de caridad, e incluso nos vestimos acorde a los buenas y sanas costumbres católicas. Y todo esto está muy bien. Pero viene Cristo, y nos interroga, nos mueve el piso y casi hasta nos abruma con su amor y la libertad que nos da. Nos pide más, nos ofrece la oportunidad de amar con mayor profundidad, nos empuja a ser más generosos, nos anima a detenernos y levantar al que está mal herido. Y, ante esto, tenemos dos caminos:
1- Con un tono cordial, sereno y respetuoso, respondemos: Muchas gracias, Señor, por poner la mirada en mí. Sé perfectamente que cosechas donde nos siembras y recoges donde no esparces, pero estoy bien así como estoy. Ya ves que cumplo con todo lo que me mandas y hago mis buenos gestos de caridad. Para qué arriesgar más de la cuenta. No vaya a ser que al final tanto esfuerzo termine por agotarme y desista en el camino al cielo. Mejor sigo con lo que vengo haciendo hasta ahora, que ahí no fallo y ya sé bien qué tengo que hacer.
En definitiva, le estamos diciendo a Dios: Por favor, te ruego que te vayas de este, mi territorio.
2- Con incertidumbre, tal vez miedo a lo desconocido y con inseguridad en el siguiente paso que hay que dar, pero con la certeza de que esta liberación y empuje que nos llega de Dios nos llevará a un puerto seguro y mejor, me arremango y: ¡Manos a la obra!
Es decirle a Jesús: ¡Sí! Quiero que te quedes, que rompas con mi comodidad, que eches fuera todos los demonios de la rutina y las prácticas, por inercia, de mi fe. Que se vayan por el acantilado y que empiece un nuevo camino a tu lado. Donde tenga tiempo, por ejemplo, para perderlo-invertirlo en las personas.
¿Qué respuesta damos? ¿Que se marche de nuestros territorios, o le hacemos un hueco entre, y en, nosotros? ¿Comodidad o incomodidad?

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