Amar y escuchar

Escuchar a Dios 2

Ciclo C – Domingo VI Tiempo Pascual

Juan 14, 23-29
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.  Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes». Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que Yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
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“Quien sepa morir en todo, podrá vivir en todo”.

Esta frase, o pensamiento, que leí hace poco, está atribuida a San Juan de la Cruz. Tal vez habría que verificar la fuente. Sin embargo, es lo suficientemente sugerente como para poder reflexionar acerca del evangelio de Juan, el que leemos en este domingo VI del tiempo pascual.

Tenemos a Jesús que, en un tono de despedida, sigue anunciando y recomendando de qué modo es mejor vivir. Especialmente nos pone delante una dimensión que no podemos dejar pasar: Vivir en y con la Paz que él mismo nos da. Al mismo tiempo hacernos conscientes del Espíritu Santo que el mismo Jesús nos enviará.

La realidad que vivimos, un poco más un poco menos, es bastante similar en todos lados, más aún teniendo en cuenta el mundo globalizado que tenemos. Estamos llenos de actividades, de ruido, de voces, de tecnología. Y si bien hay personas que saben buscar su propio espacio, no a todos nos resulta fácil poder encontrar un lugar de paz y tranquilidad, o exclusivo, donde no nos sintamos invadidos. Al mismo tiempo debemos decir que no todas las personas quieren, desean o buscan ese lugar personal y prefieren o se acostumbran a vivir así, diríamos “envueltos” en mil historias. Y claro que lo respetamos. Cada uno es libre de elegir.

Sin embargo, hoy Jesús nos trae algo que no es nuevo. Es decir, ya lo conocemos. Podríamos afirmar que hoy recordamos lo que él, en el evangelio de Juan, nos ofrece y nos dice: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras». Y esta afirmación que hace es la que debería, a mi entender, darnos casi la única clave para vivir. Esto es lo que define y decide si somos realmente de Dios, a pesar de nuestras debilidades e incoherencias. Ni siquiera el cumplimiento externo de algunas normas eclesiales son las que nos darán la salvación, sino el amor a Dios. No en vano leemos en la primera lectura acerca de aquella discusión entre Pablo y Bernabé. ¿Circuncidarse o no para obtener la salvación? ¿Era el acto externo el que lo posibilitaba? No. Ya nos lo aclara san Pablo en la Carta los Romanos, capítulo 3, versículo 30: «pues no hay más que un Dios: el Dios que hace justos a los que tienen fe, sin tomar en cuenta si están o no están circuncidados». En definitiva, importa más lo que hay en el corazón, que es donde encontramos y amamos a Dios.

Luego, el planteamiento se hace más claro cuando nos preguntamos si amamos realmente a Dios y por lo tanto procuramos e intentamos guardar su palabra. Por eso la frase de San Juan de la Cruz. Bien podríamos decir que tenemos que aprender a morir a todo aquello que no nos lleva a amar a Dios y, por consiguiente, a no poder guardar su Palabra. Y una vez que seamos capaces de morir a todo ese ruido que nos envuelve, entonces seguramente podremos empezar a escuchar con más claridad lo que Jesús nos dice. Es un acto personal y libre. Decidirnos a amar a Dios para escuchar y atender a lo que nos pide, traducido en obras y actos de amor.

Entonces tendremos la capacidad de recibir la Paz que nos ofrece el mismo Cristo y el Espíritu Santo que siempre nos recordará lo que Jesús nos enseñó. Siendo este último el que nos dé la fuerza para poder hacer lo que a aveces nos parece imposible: Decirle al mundo, con nuestra vida, que Dios está vivo y que es nuestra única esperanza.

¿Qué mundo tendríamos si al menos los cristianos escucháramos a Dios y nos esforzáramos en hacer lo que nos enseña, como amar al prójimo igual que a nosotros mismos?

Eduardo Rodriguez