Vivir con excesos

Beso de Judas

Ciclo B – Domingo de Ramos

Haz click aquí para leer la Lectura de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, según Marcos 14, 1—15, 47
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Este Domingo de Ramos, con sus dos caras, la del triunfo y el fracaso que parece la cruz, creo que no hace más que reflejar, en gran medida, lo que que es nuestra vida. Y volver a leer y escuchar la pasión de Jesús, al inicio de la Semana Santa, puede suscitarnos muchas cosas, incluso puede traernos más de un recuerdo. También, simplemente, puede ser un acto más de este tiempo litúrgico. Personalmente me ha generado los siguientes versos (que seguro necesitan corrección).

Estoy cansado de pasión sin ser apasionado.
Estoy cansado de pasión sin una cruz que pese.
Estoy cansado de pasión sin clavos que lastimen.
Cansado de pasión sin una corona de espinas,
sin manto ensangrentado, sin gritos ni un Barrabás.
Basta de pasión sin escupitajos en mi cara.
No quiero oír de pasión sin sangre ni latigazos.
Estoy cansado de pasión sin muerte.

Ser cristiano en este siglo se ha vuelto, en gran medida, una postura, una actitud y hasta una ideología, pero resulta que en más de una ocasión no aceptamos algunas cosas que también son de Jesús. De él queremos sus milagros, su perdón, su misericordia, su bondad. Lo queremos triunfante. Deseamos su comprensión y su consuelo. Buscamos que nos cure y que nos reciba en el cielo. Que nos mire a los ojos y nos abrace. Pero no queremos su cruz.

Y para nada estoy haciendo apología de una vida sumida en el sufrimiento y la muerte para decir que, con resignación cristiana, vivimos la vida de Cristo. Y tampoco podemos pensar en la cruz de Jesús solamente asociada a una enfermedad o un contratiempo. Es mucho más que eso. Es más, me atrevo a decir que significa algo totalmente diferente a un dolor o una enfermedad.

Y recordar toda la pasión de Jesús tiene que decirnos algo, no puede ser sólo un memorial. Entonces ¿qué consecuencias tiene toda esta pasión para nuestras vidas? ¿En qué nos cambia?

Y no es que no vivamos como hijos de Dios, pero me parece que sí le ponemos límites al amor, cosa que Jesús no hizo. Por lo general no vamos más allá de lo que consideramos lógico. Vivimos un cristianismo sin excesos. Procuramos no excedernos en amar, en entregar, en compartir, en ayudar, en acompañar. Y sin embargo vemos que Jesús vivió siempre con excesos. Se excedió en amarnos, en curarnos, en cuidarnos, en comprendernos, en darnos una vida completamente nueva. Se excedió en entregar su vida.

En cambio nosotros nos hemos acostumbrado a vivir el amor, a Dios y a los demás, con «prudencia». Es por eso que me incomoda recordar y revivir la pasión, porque nunca llega a ser mía por completo. Tal vez porque vivo un amor medido. Y debería hacerle más caso a san Agustín, que decía: «La medida del amor es el amor sin medida»

Y, me parece que no amamos como Jesús, porque tenemos miedo de que se aprovechen de nosotros, de que nos engañen, de que abusen de nuestra buena fe. Tememos hacer el ridículo y que nos tomen por idiotas. Hay miedo a entregarse por completo, porque parece que lo perdemos todo y quedamos indefensos.

Pero la realidad es que, hasta que no descubramos la riqueza que significa tener a Dios completamente en nuestras vidas, siempre vamos a seguir siendo mezquinos, limitados, medidos y sin excesos en la entrega, porque creemos que tenemos que custodiar lo poco que poseemos, que al final no es nada.

Por eso digo

Estoy cansado de pasión sin ser apasionado.
Sin una cruz 
Sin clavos
Sin corona de espinas
Sin manto 
Ni Barrabás.
Estoy cansado de pasión sin muerte.
Sí, estoy cansado de la pasión sin que sea mía,
porque aún no he llegado a amar como lo hizo Jesús, 
y leerla o escucharla me recuerda lo que no soy.

Que esta Semana Santa, y después también, por fin hagamos nuestra su Pasión y descubramos el verdadero amor, el que tenemos que imitar y hacer nuestro, para entender lo que significa la cruz que hace posible que resucitemos. Porque si amamos como lo hizo Cristo, si por fin abrazamos la cruz del amor, entonces resucitaremos con él.

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