Una furtiva lágrima

Una furtiva lágrima

Ciclo C – Domingo II de Cuaresma

Lucas  9, 28b-36
Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con Él. Mientras éstos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Él no sabía lo que decía.
Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Éste es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo». Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.
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El año pasado, gracias a Guillermo y Zulema, junto con mi amigo Pedro pudimos disfrutar de “El elixir del amor”, ópera de Donizetti. Y, creo que estarán de acuerdo conmigo, el punto más álgido es el momento del aria “Una furtiva lágrima”: Nemorino, el enamorado, reconoce en una lágrima de Adina, que ella también lo ama. Y canta, y llega a decir: ¡Ah Cielo! Sí puedo, sí puedo morir! /Más yo no pido, no pido. /Se puede morir, ¡Se puede morir de amor! Y claro que lo presenciado por Pedro, Santiago y Juan está en otro contexto y en una dimensión diferente, sin embargo, me atrevo a decir, podríamos estar hablando casi de lo mismo.

Cabe, tal vez, destacar lo que los teólogos siempre afirman: Junto a Jesús aparecen Moisés (la ley) y Elias (los profetas). Antiguo y Nuevo Testamento hacen una unidad de la Palabra de Dios. Y aquellos apóstoles son testigos de esto que, como bien se dice, es el anticipo de la gloria futura. Y se encuentran tan bien allí que, a propuesta de Pedro, quieren levantar tres tiendas y quedarse en aquél lugar.

Claro que es importante lo que se nos revela en este capítulo de Lucas, más aún cuando ponemos la atención en la transfiguración de Cristo. Esto es lo importante, decimos, y eso está muy bien. Aunque también creo que a nosotros, por ahora, nos interesa poner los ojos y la atención en otro lugar. Y la pregunta que nos podemos hacer es: ¿Cómo llegan a ese momento de la transfiguración?

Lo primero que decimos es que aquellos cuatro se apartaron a la montaña para orar. Y esto es fundamental y no lo podemos perder de vista. Todos queremos encontrar a Dios. Soñamos, rezamos, pedimos y anhelamos poder llegar a verlo y vivir con él para siempre. Pero debemos saber que parte de este proceso, para poder llegar a aquello, es empezar por apartarnos a orar. Lo cual implica querer encontrarse a solas con Dios. Es necesario detenernos, alejarnos del ruido cotidiano para, simplemente, hablar con el Señor. Y en esto, más allá de las formas y los métodos de oración que tengamos, es bueno contarle a Jesús de nosotros y saber de Él. Estar con Él y dejar que Él esté con nosotros, aunque no medien palabras ni oraciones hechas.

Lo segundo será hacer, con mucho empeño, lo que la voz le dice a los tres apóstoles desde la nube: «Éste es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo». Esto no puede quedar como una anécdota de la vida de aquellos tres, es también para nosotros. Y hoy, me parece, es más necesario que nunca, ya que son muchas las voces que nos quieren marcar el camino, o un camino, que a veces no coincide con el de Dios. Y desde nuestro ser creyentes deberíamos procurar estar en sintonía con aquello que el Señor nos pide, y que siempre tendrá que ver con el amor, la entrega, la generosidad, la solidaridad, la misericordia, el perdón, la alegría y la esperanza.

Antes le contaba acerca de “Una furtiva lágrima” de la obra de Donizetti, haciendo hincapié en aquello que llega a decir quien ve su amor correspondido. Y claro que hablamos de algo distinto a la Transfiguración, pero tal vez, sea lo que más nos ayude a entender lo de evangelio. Empezando por lo que produce en nosotros el amor humano, para llegar al amor de Dios, más trascendente y profundo. Y es que cuando lleguemos a amar con tanta profundidad, entenderemos el anticipo de lo que es el cielo, como ver a Jesús transfigurado. Y ese punto, el más alto y más profundo debemos intentar alcanzar. Y para eso es necesario empezar por lo que dijimos antes: Apartarnos, orar y escuchar lo que Jesús quiere decirnos. Esto nos llevará a Amar, con mayúsculas, al estilo de Dios. Entonces podremos afirmar que hemos visto el cielo abierto. Incluso llegando a decir que se puede morir de amor; que se puede morir por amor, como lo hizo el mismo Jesús.

El cielo está en llegar a amar como ama Dios.

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Una furtiva lágrima, una versión excepcional de Enrico Caruso

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