Nuestro Secreto

THE BOOK OF ELIJuan 20, 19-23
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes! » Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes».  Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan».

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«The book of Eli» traducido como «El libro de los secretos», es el título de una película protagonizada por Denzel Washington, la cual nos cuenta la historia acerca de un hombre que, en un mundo totalmente destruido, postapocalíptico, cruza Norteamérica, luchando para proteger y llevar el único libro que guarda el secreto que puede salvar a la humanidad, o lo que queda de ella. Y, evidentemente, imaginar o recordar esta película pareciera que nos lleva lejos de la fiesta de este domingo: Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Sin embargo, me atrevo a decir que, tal vez, nos puede ayudar en la reflexión.

Hoy celebramos la fundación de la Iglesia. Es lo que se afirma con la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Entonces, a partir de aquél momento, afirmamos que comienza la vida de la primera comunidad cristiana, origen de nuestra Iglesia. Y este es un acontecimiento, en principio, único. Y dicho así, tal vez nos suene a una historia que nos han contado. Pero, como buenos cristianos que somos, decimos, hay que celebrarlo. ¿Y después qué? Después a seguir con la vida que nos toca vivir. Hoy toca Espíritu, el domingo que viene toca la Santísima Trinidad y vamos pasando por las fiestas cristianas, cual recuerdo de las fiestas patrias que tenemos a lo largo de cada año, sabiendo que esto, en más de una ocasión, no nos mueve ni un pelo, o sólo es un receso laboral.

Por supuesto, dirán ustedes, que no es así, que no es un día más de recuerdo, sino que es algo importante. Pero me atrevo a hacer aquellas afirmaciones porque tengo la impresión de que, en alguna medida, hemos perdido el norte. No quiero ser pesimista, pero lo cierto es que teniendo en cuenta la dimensión del mensaje evangélico de hoy, intuyo que no lo hemos comprendido totalmente o, al menos, lo hemos olvidado o confundido.

Jesús se desvive por transmitir la experiencia que él tiene con el Padre, quiere que también nosotros seamos capaces de vivenciar con profundidad y verdad lo que significa Dios. Es así que, primero a sus discípulos, después a nosotros, sopla e infunde el Espíritu en nuestras vidas. Y, sin dudar, deberíamos decir que vivimos de y con el Espíritu de Dios en nosotros. Por consiguiente, nos preguntarnos: ¿De verdad nos sentimos imbuidos por el Espíritu de Dios? ¿Es él el que hace que tengamos vida y vivamos unidos entre nosotros?

Espero no equivocarme al pensar y afirmar que, si bien al principio aquél Espíritu era el autor y vínculo de trascendencia y unión con Dios y entre los miembros de la primera comunidad cristiana, sin embargo, poco a poco, se lo fue reemplazando por el Espíritu de la ley. Ahora, más bien parece que son las normas, ritos y tradiciones de la Iglesia las que nos unen, más que el mismo Espíritu Santo.

¿Qué me lleva a afirmar todo esto? Principalmente porque, como dice Jesús, por los frutos nos conocerán, y fruto de vivenciar el Espíritu de Dios es la alegría, la esperanza, el perdón, el bien, la entrega, el amor. Y esto se debe transmitir. Sin embargo a la hora de compartir nuestra fe, casi siempre, tendemos a enseñar las normas y preceptos que hay que cumplir. Así entendemos que si cumplimos con Dios, «con lo que él nos manda», consecuentemente obtendremos el cielo. Entonces, ¿dónde queda aquella vivencia profunda de Dios que hace que los demás nos reconozcan por el amor que hay entre nosotros? ¿Eso es lo que ven los que nos miran?

Aquella película que les conté, me llamó la atención porque tanto aquellos que quieren quedarse con el libro, como aquél que se siente enviado y protector de aquél escrito hasta llevarlo a un lugar seguro, saben que ahí está la salvación de sus vidas. Curiosamente, ese libro es la Biblia. Y desde ella sienten que nace la esperanza y las fuerzas para poder reconstruir a aquella humanidad rota y mal herida.

Ojalá pudiéramos redescubrir el valor del Espíritu Santo y tenerlo como nuestra única salvación. No porque nos lo han contado, sino porque así lo vivimos.

Es que tener a Dios en nosotros, tener su Espíritu, supone poder trascender, vivir en el amor de Dios que hace nuestras vidas distintas, más plenas, menos egoístas, más generosas. Quien tiene el Espíritu tiene la salvación y eso significa que nuestras vidas llaman la atención, porque transmitimos alegría, paz, esperanza, bienestar, perdón, a aquellos que están con nosotros. Esto es lo que llama, lo que atrae, lo que convence y lo que necesitamos.

Hoy es Pentecostés, hoy es el día del Espíritu, el día de recordar cuál debe ser nuestro principal cometido y razón de ser hijos de Dios: Experimentar, como Jesús, a Dios en nuestras vidas. Es urgente, es vital que podamos reencontrar a Dios Espíritu Santo en nosotros, y que los demás puedan así reconocer que Dios existe, porque ven que hay un amor verdadero entre los que nos llamamos hijos de Dios. Éste es nuestro secreto, este es nuestro único libro en el mundo, es nuestra razón de existencia: Tener al Espíritu Santo en nosotros como único motor de vida y vínculo de unidad. Así, seguramente, se podrá salvar a la humanidad.

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