Identidad

Hay que morir para dar vida...
Dios es vida…

Lucas 9, 18-24
Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con Él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy Yo?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Ellas; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado».
«Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy Yo?» Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios».
Y Él les ordenó terminantemente que no lo anunciaran a nadie, diciéndoles: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día».
Después dijo a todos: «El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará».
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En primer lugar cito una frase que aparece en el trailer de una película que merece la pena ver, y dice así: No importa de dónde vengas, mientras descubras dónde perteneces. La película es «Martian Child», «El niño de marte». La historia cuenta acerca de un niño que está para ser adoptado. Él se pasa el día dentro de una caja de cartón, que sólo tiene una ventanita por dónde puede ver hacia fuera. Él cree que viene de Marte, y no puede tener contacto físico con el resto de los humanos. Evidentemente el evangelio no habla de extraterrestres ni de terrícolas, pero tanto la película como la frase citada al principio, nos pueden dar un indicativo para reflexionar sobre la palabra de Dios.

Hoy tenemos una de las mejores preguntas que Jesús hace a sus discípulos. No es un examen, pero es un cuestionamiento fundamental para saber acerca de lo que piensan los discípulos sobre aquél a quien siguen. Pedro acierta de tal manera que el mismo Cristo prohibe que cuenten lo que ha dicho. Antes debe cumplirse todo lo que él enumera: Pasión, muerte y resurrección. Queda muy claro, a los presentes, quién es Cristo y para qué vino. Si pensaban que estaban ante un caudillo que los liberaría de la opresión en la que vivían, a partir de aquí no cabe duda que no es un libertador social, o político. Es el Mesías.

Este episodio relatado es importantísimo. No sólo lo fue para quienes lo escucharon por primera vez, sino también para nosotros. Es que Jesús se revela tal cual es a los suyos. Enseña su carta de presentación y les cuenta cuál es el camino que tiene que recorrer. Al mismo tiempo, es una invitación, a aquellos y a nosotros, para reflexionar acerca de quién es Jesús, para nosotros. A veces lo tendremos por padre, por milagrero, por consejero, por luz, por hermano, por amigo, por salvador, por símbolo de paz, de calma, de dicha, de alegría, o aquello que nosotros necesitamos. Y digo que a veces Dios es lo que necesitamos porque proyectamos en él lo que queremos que sea. Necesito justicia, entonces Dios es el justiciero. Necesito liberarme de los que oprimen, entonces el Señor se convierte en mi libertador. Son muchas, podríamos decir, las identidades que se le pueden atribuir. Y, en alguna medida, todas están bien, porque Dios puede ser todo eso y mucho más.

Aquél niño de la película está buscando llamar la atención y por eso marca una diferencia en su forma de relacionarse con el mundo. Decide vivir dentro de una caja de cartón. Igualmente nosotros también buscamos nuestra identidad y adoptamos muchas posturas en nuestro paso por la vida. Algunos logran afirmar bien «quiénes son», pero a otros les cuesta un poco más. Y aquí es donde Jesús entra en juego con el evangelio de hoy, y nos ofrece un modo de ser, una identidad.

Hemos dicho que a Dios se lo puede concebir de muchas maneras, pero sobre todo él es vida. Una forma de vida. El Señor no sólo es alguien que es capaz de adoptar diferentes posturas y responder según se requiera. Es, además, un camino que recorrer, hasta poder llegar al final, a la resurrección. Y aquí es donde debemos reconocer al verdadero Dios, y ver si su vida la queremos hacer nuestra. Esto mismo nos dará una identidad, una forma de ser. Tendremos una postura ante el mundo, sobre todo basado en el camino que el mismo Cristo recorre. Es el camino de la abnegación, incluso de la muerte, pero también el de la la vida, el del amor, el de la resurrección.

Si Jesús dice que el tiene que padecer y abrazar la cruz, está hablando de lo que también, si nos identificamos con él, tenemos que cargar. Y esta cruz hay que entenderla como muerte, no sólo como los problemas con los cuales tenemos que lidiar. En aquél momento, para Cristo y los discípulos, hablar de cruz era hablar de morir. Y ese es el camino que también tenemos que aprender y adoptar en nuestra vida de hijos de Dios. Hoy no habrá madera, ni clavo ni sangre, pero sí puede haber muerte a todo aquello que no es de Dios y no conduce al cielo. Muerte al egoísmo, al individualismo, a la indiferencia, a la deshonestidad, a la falta de amor y comprensión. Hay muchas cosas a las que hay que morir, con tal de parecernos cada vez más a Dios. Éste es el camino, ésta es la vida, la identidad propuesta por el mismo Jesús y que refleja su esencia. Y por supuesto que esto nos traerá el gozo de la resurrección, es decir, de una vida nueva.

Al principio decíamos: “No importa de dónde vengas, mientras descubras dónde perteneces”. Y esto nos vale para reconocer si somos del grupo de los que quiere seguir a Cristo y, por lo tanto, renunciar -morir- a nosotros mismos y cargar con la cruz. Entonces, al identificarnos con esta propuesta encarnada por el mismo Cristo,  podremos decir que perteneceremos al grupo de los resucitados en Dios.

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