Hijos de los hombres

Para volver de la muerte, del pecado, del dolor, de la angustia, hay que dejarse tocar por Dios...
Para volver de la muerte, del pecado, del dolor, de la angustia, hay que dejarse tocar por Dios…

Lucas 7, 11-17
Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven, Yo te lo ordeno, levántate». El muerto se incorporó y empezó a hablar. y Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo». El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
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La película titulada «Hijos de los hombres», hace un planteamiento crudo acerca de la posible realidad del mundo en 2027: La humanidad ha perdido la capacidad de procrear y las ciudades se ven, más y más, envueltas en violencia y muerte. Incluso los gobiernos reparten un medicamento llamado Quietus, para suicidarse sin dolor. La novedad y la historia se desarrolla alrededor de la única mujer embarazada, después de dieciocho años de esterilidad en toda la tierra. Hay que salvarla y ayudarla a huir de la represión del gobierno inglés y del caos. Tal vez esta realidad imaginada pueda favorecer la reflexión sobre el evangelio.

Tenemos a Jesús que devuelve la vida a un joven fallecido, mientras lo llevaban para ser enterrado. Los testigos, asombrados, salieron a contar lo que había sucedido. La sorpresa y la alegría no era menor, sobre todo por sentir que eran parte de un pueblo elegido por Dios.

Me atrevo a decir que también nos sentimos bendecidos por el Señor cuando nace una vida entre nosotros. Algunos piensan en las complicaciones que esto puede acarrear, pero en general se suscita una alegría en el corazón. Y a mi entender, después de la primera lectura y del evangelio de hoy, se pude concluir que lo que Dios quiere transmitirnos es felicidad. De hecho, la viuda que recupera a su hijo, seguramente, volvió a sentir el gozo de ser madre y de abrazar a quien era llorado por fallecido. Bien podemos afirmar entonces, sin equivocación, que Dios es sinónimo de luz, alegría y vida.

Sin llegar a lo que plantea la película, al mirar la realidad de nuestro mundo, a veces pareciera que favorecemos más por lo oscuro, la muerte o la destrucción. Hay mucha gente que sufre y muere. Algunos a causa de conflictos entre naciones o ideologías, y otros a raíz del egoísmo de la humanidad. Cuántos hay que tiran comida y otros que, en el día, con suerte comen una vez. Y contrapuesto a esto está la realidad que plantea el evangelio. Tal vez un tanto utópica, porque no siempre llegamos a la plenitud del amor, la generosidad, la entrega y la vida ofrecida por Jesús. Es probable que el punto esté en plantearnos, con seriedad, a dónde queremos llegar. Es como en la película –permítanme la comparación. Unos ven muerte a su alrededor, otros encuentran esperanza en el bebé que está por nacer.

Y aquí es donde se presenta Jesús y ofrece lo que trae: Vida. Tanta que es capaz de deshacer a la misma muerte. Diríamos entonces que el evangelio de hoy nos pone en una disyuntiva, al revelarnos la esencia de Dios y para qué viene a nuestro encuentro. Nos ofrece algo nuevo y nos toca decidir si nos detenemos y esperamos a que él haga su prodigio, o por el contrario continuamos, sin pausa, para cumplir con nuestro objetivo.

Podemos pensar en este punto de la palabra de Dios. Parece un dato sin relevancia, o un acto reflejo, pero el hecho de que se detuvieran, los que llevaban el féretro, cuando Jesús toca las andas donde cargaban al joven sin vida, puede ser un dato muy importante. El planteo es el siguiente: En este mundo vamos con nuestras cargas, llevando adelante nuestros intereses, y Dios se cruza en nuestro camino. Queda a nuestro criterio el interrumpir, o no, nuestra marcha y darle cabida al milagro. Es que para poder volver de la muerte, del pecado, del dolor, de la angustia, hay que dejarse tocar por Dios, y para esto hay que hacer un alto en la ruta.

Luego vendrá, casi sin pensarlo, el salir a contar lo que pasó. Aquellos hombres y la viuda y el revivido, salieron a decir lo que sucedió. No podían callar. Y seguro que haremos lo mismo, si es que de verdad Dios interviene en nuestras vidas. Es que la alegría, la vida, la felicidad, la esperanza, no pueden quedar ocultas. Están para ser contadas y compartidas.

Por último, si de verdad descubrimos que Dios nos da una vida nueva, no podemos menos que imitar a Jesús. Es necesario aprender a ver vida donde todos ven muerte. Es que ser hijos de Dios no puede menos que tener una mirada de esperanza. Es compromiso nuestro, según nuestras posibilidades y ante nuestra realidad, el generar vida. Cuántos hay que hoy sólo conocen el lado doloroso de la existencia. Es necesario que ayudemos a descubrir el lado más luminoso y feliz que también es parte de este mundo.

Al principio, aquellos de la película y los del evangelio, sólo palpaban la muerte. Al final, terminan gozando de una nueva vida. Ojalá no nos quedemos con el inicio, sino con el final.

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