Hachiko

Fiel

Marcos 13, 24-32
Jesús dijo a sus discípulos: En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y El enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.
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Hace un tiempo vi una película llamada Hachiko. Cuenta la historia de un perro que todos los días recibe a su amo en la estación de trenes, a la hora en que este este regresa de su trabajo. Un día, el dueño del perro no volvió a casa por sufrir una hemorragia cerebral, y morir. Su mascota fiel lo siguió esperando, día tras día, durante nueve años, hasta que murió. Lo más llamativo es que se trata de una historia real, y sucedió en Tokio. Se los cuento porque me parece que tiene algunos elementos en común con el evangelio de hoy.

Después de leer lo que nos cuenta el evangelista Marcos, es probable que nos quede una impresión extraña. Tenemos un presagio del fin del mundo y el anuncio de la segunda venida gloriosa del Hijo de Dios. La profecía no augura buenos momentos. Que el sol se oscurezca, la luna no brille y que las estrellas se caigan, no es para menos que imaginar a la humanidad sumida en la oscuridad y asustada por el final inminente. El pensamiento, creo, se nos va al juicio final y pensamos qué nos tocará en suerte. También podríamos añadir que, cuando aparezcan estos signos, probablemente nos golpeemos el pecho en señal de arrepentimiento por las cosas que no hicimos bien, acudiendo a la misericordia de Dios.

El pronóstico no es muy halagüeño y pueden surgir varias preguntas: ¿Qué hacer? ¿Será tiempo de arrepentirnos y buscar el cambio personal? ¿Tendrá Dios compasión de mí, de nosotros? ¿Será un poco aterrador aquél momento? Ojalá no lo vea –podrá decir alguno. Pero de todo esto lo que queda con mayor fuerza es: ¿Qué debemos hacer?

La respuesta parece fácil, y creo que los apóstoles de Jesús concluyeron lo mismo que podemos deducir: Hay que portarse bien y listo. Pero tengamos en cuenta un detalle: El tiempo. ¿Hasta cuándo tenemos que esperar? Si nos fijamos en los acontecimientos desde que Jesús dijo estas cosas, hasta nuestros días, nada de lo dicho ha sucedido. Esto tuvo, al menos, una consecuencia. Nos hemos olvidado de tal profecía y nos dedicamos a hacer la nuestra. Pero, ¿Y si sucede mañana?

No quiero meter miedo a nadie. Eso no sirve de nada. Creo que lo importante en este domingo, después de escuchar la palabra de Dios, es no ceñirnos a la literalidad de lo dicho. Esto nos podría llevar a un fundamentalismo y, Dios no lo quiera, a la fatalidad, como a muchos grupos que creyeron ver el fin del mundo y decidieron «irse», antes de ver el horror. Por otro lado, saber que, según nuestra fe, Jesús volverá por segunda vez, pero no lo hará para arrasar con la humanidad. Será para instaurar una vida nueva. Tal vez por eso el ejemplo del mismo Cristo: Los brotes en la higuera, vida nueva que brota, signo de primavera donde todo renace.

Por consiguiente, bien podemos ir concluyendo que la clave está en aferrarnos a lo único que va a perdurar: La palabra de Jesús. Eso no cambia, ese es el norte, el presente, y la esperanza. Es nuestra salvación. Si procuramos mantenernos firmes y fieles al mensaje de amor de Cristo, no tenemos de qué preocuparnos. La humanidad se pasará, eso lo sabemos, o al menos la propia, pero no podemos vivir con angustia. Lo que importa es aferrarnos a nuestra esperanza, que es Dios, y continuar firmes en su palabra.

Y, permítanme la comparación, aquí nos puede servir la historia del perro fiel, Hachiko. Teniendo esta imagen de la mascota esperando, sin claudicar, aunque pase la gente, los días, el verano o el invierno, hasta que llegue su amo, que nunca más se lo vio bajar del tren. Hay que ser como Hachiko. No porque tengamos que permanecer impasibles, esperando el gran momento, sino porque tenemos que mantenernos firmes en los actos que son de Dios, con la esperanza de que al final terminaremos viendo a nuestro dueño, Jesucristo. Ya podrá apagarse el sol, y caerse las estrellas, esto no debería perturbarnos. Ese no será el fin, sino el signo del comienzo de una vida nueva e iluminada por el mismo Señor que, aun sin sol, sigue brillando.

¿A qué o a quién temer? Los augurios del evangelio no son malos, al contrario, nos dan la certeza de que Dios jamás se desentenderá de nosotros, al contrario, vendrá a buscarnos y, si queremos, podemos permanecer con él para siempre, si hacemos lo que él nos manda: Amar.

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