Faro

El faro del amor de Jesús nos guía...
El faro del amor de Jesús nos guía…

Juan 13, 31-33a. 34-35
Durante la Última Cena, después que Judas salió, Jesús dijo: Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado  y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como Yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.
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Cuando decimos faro, en seguida asociamos varias ideas. Está el faro del coche, el faro de la calle, aunque este último es más bien farol, y por supuesto el faro marítimo que, con su luz potente, sirve de señalización y guía a los navegantes. Esta última imagen, la del faro con su luz, es la que encontré en el pensamiento al leer el evangelio de hoy.

Jesús se está despidiendo de los suyos. Es verdad, según vemos en el contexto de lo que se nos cuenta hoy, todavía falta mucho para que él parta definitivamente al Padre. Sin embargo, Cristo da unos últimos consejos. Expresa aquello que parece ser fundamental: «Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros». Ahí está lo sustancial y trascendente. No empieza con una lista larga de recomendaciones y mandamientos. No hay mucho tiempo y lo importante es remarcar aquello que no puede faltar.

Discursos acerca de cómo ser seguidores de Cristo hemos escuchado muchos. Algunos dan lecciones interminables de qué hay que hacer para volverse mejores hijos de Dios. Y todos ellos tienen un valor estimable. De hecho nos sirven para crecer y fortalecer nuestra unión con Dios y con las demás personas. Yo mismo me recuerdo cargando un librito que, cuando tenía unos dieciséis años, me daba una cierta conexión con Jesús. Se titulaba «36 oraciones para muchachos». Más tarde otro que se llamaba «Para Salvarte». Felizmente después comencé a leer novelas (que me salvaron). Aquellos textos (no los recomiendo), aunque me llenaron de ciertas culpas y complejos innecesarios, en su momento parecía que me daban las respuestas y los elementos para ser el perfecto cristiano. Después comprendí que el amor de Dios es mucho más que un dos más dos de la fe.

Hoy, Jesús nos habla de lo fundamental. Sin esto estamos perdidos. Por eso, el faro me parece el mejor ejemplo para asimilar lo que se nos enseña en esta ocasión. Cuando estemos desorientados, aunque parezca que lo único que necesitamos es que nos ayuden, pensemos en amar. Un acto de amor que me lleva a olvidarme de mí mismo, me devuelve el norte. Me dice por dónde tengo que ir. Es el faro que ilumina. Es Jesús que muestra el camino y dice: Amen como yo los he amado. Amar nos devolverá al camino correcto. O cuando estamos tristes, si hacemos un acto de amor, como ayudar a alguien o simplemente sonreír, aunque no tengamos ánimo, recuperamos la alegría. Si hay dolor y nos ocupamos de amar a otro, consolando, por ejemplo, entonces encontramos la calma. Si hay rabia, y recuerdo que Jesús nos dice que nos amemos los unos a los otros, entonces encuentro paz interior.

Un acto de amor, por muy poco que sea, me devuelve el buen humor, me hace sonreír, me da fuerzas para seguir luchando, me devuelve la esperanza, me gana la vida eterna. Entonces pasaremos a otro estado de vida y nos convertiremos en eso que Jesús desea: Discípulos suyos, y nos reconocerán como tales. Sería bueno, al final del día, preguntarnos a quién hemos amado de verdad. Procurando, cada jornada, tener una respuesta cierta.

Y ahora sí, en este nuevo estado de vida, además de ser quienes somos, nos convertiremos en faros, sin dejar de ser navegantes que tienen el faro del amor de Jesús como guía. ¿Qué tengo que hacer, por dónde tengo que continuar? Ah, sí —nos responderemos— la indicación es amar como él nos amó primero. Y si nos toca ser faros, es que debemos ser guía de otros, para que encuentren el faro más grande: A Dios. Es que la luz, la que irradia cada acto de amor que hacemos, sirve para que aquellos reconozcan a Jesús y descubran quiénes somos: Discípulos de Cristo.

Tal vez no deberíamos tener otra preocupación que no sea amar como Jesús nos amó. Eso es lo que transforma, lo que hace una sociedad más justa, una familia más unida, un mundo más hermano y habitable. Incluso, tal vez, llegaría a desaparecer la tristeza, el desconsuelo, la soledad, el hambre, la pobreza, el dolor y hasta la misma muerte, que ya fue vencida por el amor de Jesús Resucitado. ¿En qué mar estamos navegando? ¿Seguimos la hoja de ruta de amor, dibujada por Dios en nuestros corazones? ¿O sólo hacemos el camino que a nosotros nos interesa?

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