Cuidado

Cuidado

Ciclo B – Domingo IV de Pascua

Juan 10, 11-18
Jesús dijo: «Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas. 

Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y Yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo rebaño y un solo Pastor. 
El Padre me ama porque Yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: éste es el mandato que recibí de mi Padre».
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«Si la naturaleza fuera banco, ya la habrían salvado». Esta es una frase (sacada de contexto) de Eduardo Galeano, de su libro «Los hijos de los días». Si bien está pensada desde una realidad concreta, creo que nos podría valer para reflexionar acerca del Evangelio del cuarto domingo de Pascua, donde tenemos presente al Buen Pastor.

El evangelista Juan nos presenta a Jesús describiendo y asumiendo la figura del Buen Pastor, quien es capaz de, voluntariamente, dar la vida por las ovejas como lo haría un verdadero pastor.

Entonces, es probable que ya estemos pensando que nosotros somos las ovejas y Jesús es nuestro pastor y que esa figura también la encarnan, en esta época, los sacerdotes. De hecho se utiliza mucho este día para hacer campañas vocacionales. Y todo eso está muy bien, aunque yo iría un poco más a lo que entiendo como fundamental de este texto. Para ello nos podemos hacer algunas preguntas personales: ¿Por quién me dejo guiar o pastorear? ¿Quién o cuál es mi referente? ¿De verdad conozco al Buen Pastor o hablo de lo que me han contado? ¿Cómo sé que estoy escuchando su verdadera voz?

Por supuesto que cuando hablamos desde la fe, enseguida afirmamos, con más o menos convencimiento, que Dios es nuestro guía, que Jesús es nuestro maestro, aunque en la vida cotidiana, en ocasiones, no está muy claro que sea así. Hay muchas normas, costumbres y formas de entender la vida que también nos van marcando el camino y nosotros lo aceptamos con total normalidad. Ejemplo de esto es la convivencia de los novios antes del matrimonio. Hace algunos años era algo que no era muy común, ni siquiera estaba bien visto, pero ahora parece lo más normal del mundo. Y no hago un juicio de valor en este momento, sólo pongo un ejemplo para ver cómo vamos haciendo nuestra vida, aun siendo muy creyentes, guiados también por otros criterios, los sociales en este caso.

Es así que la reflexión la debemos llevar a lo más profundo del corazón y ver cuál es nuestra verdad, y si esa se corresponde con lo que entendemos que debería ser si Jesús es nuestro pastor. Y hago una salvedad: No confundamos la moral religiosa y las normas éticas con la voluntad más genuina de Dios.

Por consiguiente, y aquí es donde creo que hay algo importante, es fundamental conocer, saber con profundidad, de primera mano, quién es el Buen Pastor, quién es Dios. Si sólo nos quedamos con lo que nos han contado y nos han hecho repetir, una y otra vez, y no hemos experimentado personalmente al Señor, es más difícil seguirlo, o es más fácil abandonarlo. Así, probablemente, la religión se nos convierte en un peso muerto. El cual arrastramos hasta que decimos basta. Todo nos puede llegar a  parecer un cuento más y un cuento realmente vacío de contenido, o más bien, sólo lleno de normas que hay que cumplir. Por tanto, conocer y experimentar a Dios es algo absolutamente necesario.

Y el camino para conocer personalmente al Señor comienza cuando experimentamos su amor. Y esto sólo se logra estando cerca de él, o dejando que él se acerque a nosotros. Los apóstoles encontraron y descubrieron a Jesús cuando éste los llamó, otros, como la mujer adúltera, supieron del amor de Dios al sentir la misericordia y el perdón, otros supieron del Mesías al partir el pan. Y lo que tienen en común estas experiencias es La Palabra pronunciada por Jesús. Será entonces el lugar para buscar la Verdad y nuestra verdad. Dejar que su voz, su palabra, resuene dentro de nosotros y poner atención al escucharla, hará que sepamos quién es el Señor y nos ayudará a conocernos a nosotros mismos.

Entonces comenzaremos a reconocer la voz verdadera del Pastor y a no confundirla con otras que se le parecen. Y sabremos que vamos bien porque, poco a poco, sentiremos la necesidad de hacer lo mismo que hace el maestro a quien seguimos. Lo cual podríamos resumir en amar como ama Dios.

Antes citaba a Eduardo Galeano, quien nos decía: «Si la naturaleza fuera banco, ya la habrían salvado». Y la tomo en este día porque nos enseña cómo llegamos a poner patas arriba los valores, los que realmente importan, priorizando lo que nada tiene que ver con lo que enseña el Buen Pastor. Puede ser que lleguemos a salvaguardar un banco más que a nuestra naturaleza, como también podemos llegar a cuidar más a una mascota que a un ser humano. En no pocas ocasiones, parece que nos duele más abandonar a un perrito que dejar, por ejemplo, a nuestros abuelos solos, o con suerte en un geriátrico que nos quita el problema de en medio y al que nunca, o casi nunca, se visita.

Es así que, a veces nos confundimos y podemos estar lejos de lo que enseña el Buen Pastor. Y se nos olvida lo principal que tenemos que aprender de él: Ser capaces de dar la vida. A lo cual podremos llegar en la medida que conozcamos más a Dios. Y para ello es necesario estar cerca de él. Y, por consiguiente, iremos comprendiendo y pasando de un amor receptivo de la misericordia y el cuidado de Dios a un amor más donativo, como el de Cristo, capaz de cuidar y de entregarse por completo a los demás. Sabiendo que, al mismo tiempo, eso nos llevará a la plenitud de nuestro ser hijos de Dios.

Por tanto, nos convertiremos, cada vez más, en auténticos buenos pastores, aunque no hayamos recibido el orden sagrado. Porque por fin comenzaremos a cuidar y acompañar a otros, amando con el mismo amor de Dios.

¿A quién amamos? ¿A quién seguimos? ¿A quién cuidamos?

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