Brújula

Llegar a cruzar la mirada con Jesús...
Llegar a cruzar la mirada con Jesús…

Lucas 19, 1-10
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, yo doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le doy cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar ya salvar lo que estaba perdido».
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La imagen que me vino pensamiento, después de leer la Palabra de Dios, fue una brújula. En mi fantasía de niño, especialmente después de leer Pulgarcito, de Charles Perrault, siempre quise tener un dispositivo de aquellos. Es que me parecía mucho más práctico que dejar migas de pan en el camino, si es que alguna vez tenía que ubicarme en algún bosque. Máxime sabiendo que al personaje de aquél cuento no le había servido de mucho el método del pan, porque los pájaros se comieron sus señales. Hoy sigo sin tener brújula, pero tengo GPS. Y ahora, con este evangelio, vuelvo a evocar aquél deseo.

En el evangelio tenemos una escena curiosa. Un hombre, llamado Zaqueo, por su baja estatura tiene que subirse a un árbol para ver a Jesús. Éste le pide a aquél poder comer en su casa y, finalmente, el anfitrión improvisado termina prometiendo devolver, con creces, lo que quitó injustamente. Así se gana la salvación.

Aquí, lo primero que podemos rescatar es la actitud del recaudador de impuestos, quien, aunque pecador para el sector religioso, sin embargo se acerca a ver la novedad de Cristo. Seguramente sabría de los prodigios y portentos que éste hacia y quería verlo de cerca. Algo lo llevó incluso a subirse a un sicómoro. Él dio el primer paso y encontró mucho más de lo que buscaba. Y esto lo supo reconocer el Señor. Vio, tal vez, en la actitud de aquél hombre un deseo de algo nuevo.

En nuestro caso, tal vez lo primero que tenemos que ver en nuestras vidas es qué tanto hacemos para poder encontrar la salvación y la cura en nuestra existencia. Zaqueo sabía que había cosas en sus vida que no estaban bien, pero no se conformó con eso, sino que buscó el cambio. Y nosotros, que en más de una ocasión descubrimos pecado en nuestras vidas, tenemos que ser capaces de buscar nuestro árbol y subirnos, a ver si cruzamos la mirada con Jesús y al final terminamos comiendo con él. Eso supone una comunión con el mismo Dios.

Pero para que el encuentro suceda, hay que saber por dónde está pasando Cristo. Si no conocemos cuál es su ruta, difícilmente podamos cruzarnos con él. Tal vez aquí nos valga la imagen de la brújula, o del GPS, que nos pueden orientar para poder llegar al punto de reunión con Dios. Hay lugares y momentos claros donde podemos lograr el diálogo con el Señor, como la oración, la Palabra de Dios, la confesión, y debemos llegar en el momento justo. Es que hay tiempos críticos en la vida donde es preciso salir a buscar la salvación, si es que realmente queremos un cambio en nosotros.

Al mismo tiempo, está claro que a partir del encuentro con Dios, es necesario estar dispuestos a aceptar lo que él tiene para ofrecernos. Y esto puede implicar reconocer los puntos oscuros de nuestra existencia. Los cuales, el mismo Dios, puede llegar a iluminar, si así lo queremos.

Y si nos sucede como a Zaqueo, los primeros beneficiados somos nosotros, aunque no queda sólo ahí. Así sucede siempre que la Gracia de Dios actúa. En el caso del personaje bíblico, vemos que a partir de la conversión de aquél hombre de baja estatura, hay otros que también tienen un beneficio. Los pobres que reciben la mitad de los bienes del recaudador de impuesto, y también los perjudicados por su usura, que reciben hasta cuatro veces más.

Lo mismo nos pasará si somos los salvados, ya que esa Gracia recibida supondrá un bien para todos aquellos que nos rodean. Son los frutos de aceptar a Dios en la vida personal. Es que la acción del Señor, el perdón, la redención que de él recibimos, siempre termina irradiándose hacia fuera. Y en eso debemos colaborar con hechos concretos, como lo hizo Zaqueo. Podríamos preguntarnos: ¿Qué estamos dispuestos a hacer por los demás en agradecimiento al perdón, a la salvación, que de Dios hemos recibimos?

A Pulgarcito no le sirvieron las migas dejadas en el camino, pero supo hacerse con lo que le terminó salvando la vida, no sólo a él, sino también a su familia: Las botas de siete leguas. En nuestro caso, no podemos menos que pensar qué tenemos que hacer para poder encontrar la salvación. Qué cosas hay que dejar de lado y que otras tomar, si de verdad queremos estar con Dios. Y una vez salvados, entonces hacer lo que esté a nuestro alcance para ayudar a la redención de los otros.

Empecemos por buscar la brújula, o el GPS, necesario para llegar al primer encuentro con Dios.

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