Adhesivo

Marcos 6, 7-13
Jesús llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros.Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni provisiones, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas.
Les dijo: «Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos».
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y sanaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
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Después de leer el evangelio me acordé de algunos elementos adhesivos. Tenemos una larga lista de ellos, como la gotita, poxipol transparente, plasticola, cinta adhesiva, la escolar y la de embalaje. Pero también están aquellas cosas que, sin pegamento, cumplen la misma función, tales como clips, grapas o ganchitos, y demás elementos que nos ayudan a sostener o agarrar distintos materiales, piezas o accesorios. El objetivo es no perder aquellas cosas que pegamos, adherimos o enganchamos.

Hoy, Jesús, hace varias recomendaciones como: Ir vestido con sandalias y no llevar dos túnicas, ni pan ni provienes. Es decir: Ligeros de equipaje. Seguramente el recorrido que tenían que hacer los apóstoles era largo y, mientras más cargados, más pesado el camino. Aunque también me parece que fue, simplemente, un consejo práctico: Llevar lo necesario e imprescindible. Más aún cuando el viaje estaba planificado con hospedaje y sustento seguro, en cada lugar donde iban a alojarse y anunciar la palabra de Dios.

Ciertamente, esta explicación es bastante simplista, pero convengamos que, a la mayoría, nos gusta viajar con unas mínimas seguridades. No así los que tienen un espíritu aventurero y emprenden su camino sin preocuparse de demasiadas comodidades. En cambio, muchos otros, si no llevan el seguro de viajero, no salen de casa. Tal vez sea a raíz de la cantidad de seguros que existen. Los tenemos de todo tipo y color, y nos hemos acostumbrado a que sin ellos no podemos vivir. De hecho, en más de una ocasión, al preparar el equipaje, ponemos una cantidad de ropa o calzado, por si acaso surge la ocasión de necesitarlos. Un seguro más que tenemos, una carga más que llevamos. Y éste no es el caso de los discípulos, que más bien viajan con lo puesto.

Así es que, dándole vueltas a la palabra de Dios, pensaba que nuestra vida se ha vuelto una “vida adhesiva”. Por una u otra razón, se nos van pegando cosas en el camino, y algunas ya no hay quien las pueda quitar y nos hacen más pesado el viaje. Sin celular, me atrevo a decir, no salimos. O sin los archivo en una memoria USB tampoco, no vaya a ser que los necesitemos. Menos mal que ahora está eso de la nube en internet, donde guardamos muchas cosas y las podemos tener en cualquier lugar y momento, mientras tengamos una conexión a la red.

Nos damos cuenta de que es adhesiva la vida, cuando revisamos la mochila o el bolso. Encontramos una cantidad de cosas que están allí, por si las necesitamos, tales como: pañuelos, aspirinas, algún libro, clips, papeles, documentos, tal vez algo para comer, caramelos, un par de anteojos de sol, unos auriculares, por si nos da ganas de escuchar música, una agenda (esto es muy antiguo, ahora se lleva todos los datos metidos en el celular), lápices, bolígrafos, libretas, espejo, maquillaje y demás cosas posiblemente necesarias. También esto sucede en los cajones de nuestro escritorio, o en alguna habitación de casa. Llenos de cosas que guardamos, no sé bien para qué, por si algún día nos hacen falta. En fin, previsores somos, no como aquellos pobres discípulos que, al parecer, no tenían ni un denario para comer o pagar una posada. El alojamiento debía ser donde se lo ofrecieran. Se ve que viáticos no había, mucho menos gastos de representación.

¡Cómo han cambiado los tiempos! Pero el mensaje de Jesús, curiosamente, sigue siendo el mismo y, estoy convencido, no es para nada obsoleto. Tampoco es una simple memoria de cómo eran las cosas antiguamente. La del evangelio es una propuesta muy actual y también nos interpela a nosotros. No sólo porque tengamos que salir a predicar o misionar, con apenas unas pocas cosas, con tal de imitar y responder al envío de Jesús, sino porque el mensaje de hoy nos desafía a una vida “no adhesiva”.

Vivir una vida “no adhesiva”, implica que rompamos con una de las máximas de este tiempo: “El Tener”. Las cosas se nos van pegando, y cuando más tenemos, mejores y más seguros nos sentimos. Pero en esto, no sólo hay que referirse a lo material, sino a todo aquello que se pueda, de alguna manera, acumular.

También creo que se nos propone una vida libre de “Poder”. Sea del tipo que sea: El político, el religioso, el que ostentan los que tienen empleados a su cargo, o el que hacen valer aquellos que pueden decidir sobre la vida de los que están a su cargo, por ejemplo, en una familia. El poder se puede pegar a nosotros, o nosotros a él, y convertirse en un lastre bastante pesado que, a muchos, cuando falta, parece que se les acaba la vida.

Esto no implica que, ahora mismo, volvamos a casa y tiremos por la ventana nuestras pertenencias, o al menos las que parecen inútiles, y nos quedemos con apenas una muda de ropa. Pero sí creo que es un desafío a darle el valor justo a las cosas. Y, probablemente, aprender a vivir sin ellas y recuperar nuestra libertad sea la mayor propuesta de Cristo en este día. A eso nos referimos cuando pensamos en una vida “no adhesiva”. Que no se nos pegue nada que impida que vayamos directos a Dios. Nada de lo que acumulemos nos vamos a llevar.

¿Entonces, no tiene que haber posesión alguna? Creo que la dificultad no está allí. El peligro está en que, nuestras pertenencias, se convierta en nuestro cielo. Los bienes, el poder, nos pueden engañar y hacernos creer que son la felicidad eterna. Luego, la vida que nos ofrece Dios, junto a él, pierde valor.

Finalmente, el mejor remedio que podemos encontrar para esto, también lo descubrimos en el evangelio de hoy: El Compartir. Los discípulos tuvieron hospedaje, porque otros supieron donar lo suyo. Luego, una de las cosas que también aprendemos es el hacer partícipe, al que menos tiene, de lo que poseemos. Es el mejor antídoto contra la “vida adhesiva”, que no hace más que cargarnos lastre, impidiendo que podamos elevarnos hasta Dios.

Al que no comparte, al final, no le queda ni la paz de Dios.

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